Quantcast
Channel: La Escalera de Iakob
Viewing all 864 articles
Browse latest View live

La desaparición de los niños Sodder

$
0
0

La noche de Nochebuena del año 1945 la calma parecía reinar en la pequeña localidad de Fayetteville, en Virginia Occidental. La mayoría de sus habitantes ya estaban durmiendo, y la familia Sodder no era una excepción. Los Sodder eran una familia de origen italiano que se había instalado en el pueblo (donde ya existía una pequeña pero activa colonia de italoamericanos) años atrás y se había ganado el aprecio de sus vecinos. El padre, George Sodder, había nacido en Cerdeña (su verdadero nombre era Giorgio Soddu) y se había trasladado siendo un adolescente a EEUU junto a su hermano. En Smithers (Virginia Occidental), donde había vivido y trabajado durante unos años, había conocido a Jennie Cipriani, que al igual que él había nacido en Italia y llegado a Norteamérica siendo niña, y se casó con ella. Juntos habían tenido diez hijos: John (nacido en 1922), Joseph Samuel (1924), Mary Ann (1926), George Jr. (1929), Maurice Antonio (1931), Martha Lee (1933), Louis Erico (1935), Jennie Irene (1937), Betty Dolly (1940) y Sylvia (1943). Su último hijo, Robert, nacería en 1950. A fuerza de mucho trabajo y sacrificios, George Sodder había logrado levantar una pequeña empresa de transporte de mercancías.
Aquella noche la familia dormía tranquilamente. En la planta baja de la casa dormía el matrimonio con la pequeña Sylvia, y John, Mary y George Jr., mientras que Maurice, Martha, Louis, Jennie y Betty lo hacían en la planta superior. Faltaba Joseph, alistado en el ejército y movilizado con su regimiento. Ya entrada la madrugada, sonó el teléfono. Jennie Sodder se levantó a responder, pero resultó ser una equivocación. Le llamó la atención que las luces de la escalera estuviesen encendidas y que la puerta principal no estuviese cerrada con llave, pero supuso que sus hijos seguían en sus camas y se limitó a cerrar la puerta. Tras volver a la cama, y mientras trataba de conciliar el sueño, Jennie escuchó un ruido apagado, como de algo que caía al suelo en el piso superior, y poco después notó olor a humo. Era aproximadamente la 1:30 de la mañana.

Jennie Sodder con su hijo mayor, John
Cuando el matrimonio salió de su dormitorio, se encontró el vestíbulo lleno de humo y las llamas devorando las escaleras que llevaban al piso superior. Gritaron tratando de avisar a los niños que dormían arriba, pero no obtuvieron respuesta, por lo que abandonaron la casa pensando que a lo mejor ya habían salido, Pero no estaban allí. George trató de acceder a las habitaciones a través de las ventanas con una escalera que había tras la casa, pero misteriosamente la escalera no estaba donde la habían dejado. Intentó arrancar alguno de sus camiones para acercarlo a la casa y que los niños pudieran saltar, pero fue incapaz de encender ninguno.
Varios de los vecinos de los Sodder llamaron a los bomberos, e incluso Mary Sodder corrió a casa de sus vecinos a dar el aviso. Pero, extrañamente, nadie en la centralita respondió a sus llamadas. Fue un vecino el que se desplazó en su coche a casa del jefe de bomberos, el cual a su vez avisó al resto de sus hombres. Pero entre unas cosas y otras, no fue hasta las ocho de la mañana que pudieron llegar al lugar del incendio. Demasiado tarde; el pavoroso incendio había consumido la casa en apenas una hora, y para cuando los bomberos llegaron, no quedaban sino cenizas humeantes.
Nadie parecía tener dudas de que los cinco pequeños habían fallecido en el incendio. Sin embargo, sorprendentemente no se encontraron restos de los cadáveres entre los escombros de la casa, algo verdaderamente insólito. Para que un cuerpo quede completamente reducido a cenizas, incluso el de un niño, es necesario un fuego muy intenso actuando durante un periodo prolongado de tiempo, unas condiciones que no suelen darse en un incendio doméstico como el de la casa de los Sodder. Además, el inspector de policía que revisó el lugar apuntó a un cortocircuito como causa del fuego; algo rechazado por los Sodder, que afirmaban que mientras el incendio consumía la casa, varias luces seguían encendidas, lo que contradecía dicha teoría. Y hacía sólo unos meses que George había hecho revisar la instalación eléctrica de la casa, que se encontraba en perfecto estado.
Una semana más tarde, un comité judicial declaraba oficialmente muertos a los cinco niños y el forense expidió los correspondientes certificados de defunción. Pero ello no satisfizo a los desconsolados padres, convencidos que aquel supuesto accidente ocultaba algo más. La extraña serie de acontecimientos de aquella noche, el descubrimiento de que la línea telefónica de la casa había sido cortada antes del fuego, la ausencia de restos, les convenció de que sus hijos habían sido secuestrados y que el fuego no era más que una distracción para hacerles creer a todos que los pequeños habían muerto. También empezaron a recordar sucesos extraños acontecidos antes del fuego. Meses antes, un vecino había ofrecido a los Sodder un seguro de vida para toda la familia, y la negativa de George había derivado en una discusión en la que el vendedor había dicho literalmente que "su casa se convertirá en humo y sus hijos serán destruidos, y usted pagará por sus sucias opiniones sobre Mussolini". Porque George Sodder era un notorio antifascista que había criticado públicamente al dictador italiano en el pasado, lo que le había causado algún que otro roce con miembros de la comunidad italoamericana favorables al Duce. Y sólo unos días antes de Navidad, los hijos mayores habían visto a un hombre desconocido que, dentro de un coche aparcado al otro lado de la calle, parecía observar a los niños más pequeños cuando iban camino del colegio.


Los Sodder trataron por todos los medios de que la policía abriese una investigación, pero recibieron una negativa por respuesta; el caso para ellos estaba cerrado. Escribieron también al director del FBI, J. Edgar Hoover, quien les respondió que no era su jurisdicción, pero que podía intervenir si las autoridades locales se lo pedían; pero tanto la policía como el departamento de bomberos se negaron. Eso no les detuvo: comenzaron a buscar pistas sobre el posible paradero de sus hijos. Encontraron tres testigos que decían haber visto a los niños después del incendio. Una mujer de Fayetteville aseguraba haberlos visto en un coche la misma noche del incendio. La camarera de un bar de carretera a cincuenta millas de su casa afirmó haberlos visto acompañados de varios hombres y haberles servido el desayuno a la mañana siguiente al fuego; y la recepcionista de un motel en Charleston, Carolina del Sur (a 700 km de distancia) afirmó que se habían alojado en su establecimiento una semana después del incendio, acompañados por dos hombres y dos mujeres que hablaban italiano, que se mostraron muy recelosos y le impidieron hablar con los niños; viajaban en un coche con matrícula de Florida. Además, un conductor de autobús que pasó aquella noche por delante de su casa afirmó haber visto lo que parecían "bolas de fuego" lanzadas contra el tejado de la casa (los Sodder creían que se trataba de algún artefacto incendiario y que ese fue el ruido apagado que escuchó Jennie antes del incendio). Ninguno de estos testimonios consiguió que la policía reabriera el caso.
Visto la falta de colaboración de las autoridades, los Sodder recurrieron a un detective privado. Éste no tardó en descubrir algunos hechos curiosos; como, por ejemplo, que el mismo vendedor de seguros que había discutido con George Sodder formaba parte del comité que había declarado muertos a los niños. También descubrió entre los restos de la casa una caja metálica con un trozo de carne en su interior, que resultó ser hígado de vaca. En 1949, un patólogo contratado por los Sodder halló fragmentos de vértebras humanas en el lugar del incendio; fragmentos que no mostraban señales de fuego, por lo que supuso que, al igual que el hígado, habían sido puestos allí deliberadamente para hacer creer que los niños no habían sobrevivido al incendio.
Desesperados, los Sodder llegaron a ofrecer una recompensa de 5000 $, que luego se aumentó a 10000, por cualquier pista que llevase a esclarecer el destino de sus hijos. Esto provocó la aparición de mucha gente con "pruebas", "indicios" o que afirmaba haber visto a los niños o conocer su paradero. George investigó aquellos que le parecían más fiables, pero sus pesquisas acababan siempre sin resultados.

Fotografía del supuesto Louis Sodder
Y en 1968, un nuevo suceso misterioso vino a embarullar más el caso. A nombre de Jennie Sodder se recibió en su casa una carta que contenía una fotografía de un joven de veintipocos años, moreno y de ojos oscuros, que en su parte posterior llevaba una críptica inscripción que decía "Louis Sodder. I love brother Frankie. Ilil Boys. A90132 (o 35)". Las autoridades opinaron que se trataba de una broma pesada o de algún bulo. Los Sodder, sin embargo, creyeron que aquel podía ser de verdad su hijo, y enviaron a un detective a Kentucky, donde había sido sellada la carta, sin resultados. El hombre de la fotografía jamás pudo ser identificado.
George Sodder, agotado por los años de incertidumbre y sufrimiento, falleció al año siguiente. Su esposa Jennie le sobrevivió veinte años; murió en 1989. Sus hijos y nietos continuaron la búsqueda, sin resultado. Hoy en día la única de sus hijos que aún sigue con vida es su hija Sylvia, con 72 años.
Los Sodder siempre creyeron que sus hijos habían sido víctimas de una red de adopciones ilegales, similar a la dirigida por Georgia Tann (un caso célebre destapado en 1950), aunque la edad de los niños no encajaba bien en esta teoría; eran algo mayores para una adopción. Otros, sin embargo, apuntan a oscuras motivaciones relacionadas con el crimen organizado: no sólo por el origen italiano de la familia, también porque George Sodder era dueño de varios camiones de transporte de carbón y el transporte por carretera es un sector que tradicionalmente se ha considerado que estaba controlado por la mafia.

El indestructible Michael Malloy

$
0
0


Michael Malloy era un irlandés del condado de Donegal que, como tantos otros de sus compatriotas, cruzó el Atlántico rumbo a los EEUU en busca de fortuna a finales del siglo XIX. Durante algún tiempo no le fue mal y trabajó como bombero en Nueva York, hasta que su adicción al alcohol le convirtió en un vagabundo que se pasaba la mayor parte del tiempo borracho, sobreviviendo gracias a trabajos esporádicos como conserje, barrendero o pulidor de ataúdes. Fue a principios de 1933 cuando su camino se cruzó con el de cinco sujetos muy poco recomendables a los que más tarde se los llamaría "el consorcio del crimen". Se trataba de Anthony Marino, propietario de un speakeasy (uno de aquellos bares ilegales que florecieron durante el periodo de la Ley Seca) en el 3804 de la Tercera Avenida, en el barrio del Bronx; su barman, Joseph "Red" Murphy; Francis Pasqua, enterrador; Daniel Kriesberg (frutero) y Hershey Green (taxista). Codiciosos y sin escrúpulos, buscaban el modo de ganar dinero rápido y sin esfuerzo, y se les ocurrió asesinar a la novia de Marino, Betty Carlsen, para cobrar su seguro de vida. La emborracharon hasta que perdió el conocimiento, la llevaron a su cuarto, la desnudaron, le arrojaron agua helada por encima y la dejaron allí con las ventanas abiertas, en una noche con temperaturas bajo cero. A la mañana siguiente, Betty había muerto y un forense dictaminó como causa de la muerte "neumonía asociada al alcoholismo". Marino, beneficiario de la póliza, cobró 800 $. Tan sencillo les pareció que se decidieron a repetir la jugada, y esta vez eligieron a Malloy como la víctima propicia.

La entrada del speakeasy regentado por Marino
Malloy no fue difícil de engatusar: le prometieron que podía beber cuanto quisiera en el bar de Marino, algo que para él era el paraíso. Sólo le pidieron que firmase unos papeles, supuestamente para apoyar la candidatura de Marino a concejal; pero en realidad, se trataba de tres pólizas de seguro por un total de más de 3500 $. Lo cierto es que Malloy ya tenía sesenta años y aparentemente estaba en las últimas, así que pensaban que unos días bebiendo sin parar acabarían con él.
Pero en materia de bebercio no es bueno subestimar a un irlandés. Día tras día, Malloy aparecía sin falta en el bar de Marino, bebía grandes cantidades de alcohol, se marchaba tambaleándose y volvía invariablemente al día siguiente para seguir bebiendo. A los conspiradores empezó a preocuparles su resistencia, especialmente a Marino, que veía cómo se disparaba la factura del licor que Malloy trasegaba. Por eso Murphy sugirió añadir anticongelante a la bebida del borracho para darle un "empujoncito". Tras varios tragos de la mezcla, Malloy se desmayó y Pasqua, el enterrador, le tomó el pulso y anunció con satisfacción que era tan débil que seguramente estaría muerto por la mañana. Pero tras estar tres horas inconsciente, Malloy se despertó, se disculpó ante los presentes por su "indisposición"... y pidió otra copa. Los días siguientes añadieron más anticongelante a sus bebidas, sin que el confiado irlandés pareciera notarlo. Del anticongelante pasaron a la trementina, el linimento para caballos e incluso el raticida. Pero el invencible Malloy seguía apareciendo día tras día en el local en busca de más bebida.
Entonces cambiaron de estrategia. Si la bebida no le derrotaba, quizá la comida pudiera hacerlo. Le invitaron a un sabroso plato de ostras empapadas en metanol, pero no parecieron hacerle efecto. Marino, harto, le preparó un plato especial: un bocadillo de sardinas en mal estado, mezcladas con raticida, anticongelante e incluso pequeños clavos y fragmentos de metal, con la idea de que si no moría envenenado, sufriese una hemorragia estomacal. Pero Malloy no sólo no enfermó, sino que pareció gustarle aquel contundente refrigerio.
De nuevo cambiaron de proceder y trataron de aprovechar las gélidas temperaturas del invierno neoyorquino. Tras lograr que Malloy bebiera hasta perder el conocimiento, lo llevaron hasta Claremont Park, lo arrojaron sobre la nieve, lo desnudaron de cintura para arriba y vertieron agua sobre su pecho desnudo (repitiendo lo que habían hecho con Betty Carlsen). Y luego, lo abandonaron a la intemperie, con temperaturas de casi -30º centigrados, convencidos de que por fin habían logrado su objetivo. Su cara debió de ser todo un poema cuando, la noche siguiente, vieron a Malloy cruzando la puerta del bar como era su rutina, dispuesto a seguir bebiendo. No parecía tener ninguna secuela e incluso iba mejor vestido que de costumbre. Al parecer, una patrulla de policía lo había encontrado a tiempo y lo había llevado a un albergue, donde había pasado la noche y le habían dado ropa nueva.

De izquierda a derecha, Tony Martino, Daniel Kriesberg, Frank Pasqua y Joseph Murphy
Aconsejados por un matón profesional llamado Anthony "Tony el Duro" Bastone, los cinco aspirantes a asesinos decidieron dejar las "sutilezas" y encargarse de Malloy con métodos más directos. Así, una noche en la que Malloy estaba borracho y al borde del coma etílico, lo subieron al taxi de Green, lo llevaron a Pelham Parkway, también en el Bronx, y lo dejaron en mitad de la calle. Y mientras Malloy intentaba descubrir dónde estaba y cómo había llegado hasta allí, le atropellaron con el taxi a más de 70 km/h. Malloy salió despedido varios metros y, para asegurarse de que acababan con él, volvieron a atropellarle.
Seguros de haberse librado esta vez si del borracho, se dispusieron a esperar que la muerte de Malloy se hiciese pública para reclamar su dinero. Pero los días pasaron y no había noticias. Ningún periódico publicó la noticia de su muerte ni ningún hospital ni depósito de cadáveres había oído hablar de él.
Eso era un problema serio; sin cadáver no había manera de cobrar las pólizas. Por eso trataron de obtener uno y de nuevo, emborracharon y atropellaron a un vagabundo, un tal Joe Murray, al que colocaron documentos a nombre de Malloy para hacerlo pasar por él. Pero se ve que el apellido Malloy otorga poderes sobrehumanos al que lo luce, aun sin ser el suyo, porque Murray sobrevivió al atropello, aunque quedó tan mal parado que pasó varios meses en el hospital.
Y cuando se cumplían tres semanas del atropello de Malloy, los confabulados vieron con espanto cómo el irlandés, tranquilamente, entraba en el bar como de costumbre. Su aspecto era peor de lo habitual, estaba más débil y con las marcas del atropello... y también estaba sediento. Al parecer, el atropello se había saldado con una fractura de cráneo, una conmoción cerebral y un hombro roto. Estaba en tan mal estado que ni siquiera había podido darle su nombre a los médicos que le atendían, de ahí que nadie supiese quién era. Pero después de tres semanas, ya estaba lo suficientemente recuperado como para volver a su rutina alcohólica de siempre.
Era más de lo que podían soportar. Siguiendo los consejos de Bastone, esperaron a que Malloy volviera a perder la consciencia por el alcohol, lo llevaron a la habitación donde dormía Murphy y allí lo asfixiaron colocándole en la boca una manguera conectada al gas. De esta vez, por fin, lograron acabar con el tozudo borrachín. Pagaron a un médico para que certificase que la muerte de Malloy había sido a causa de una neumonía y lograron al fin el éxito de su plan. O al menos eso creían; la maldición de Malloy los persiguió más allá de la tumba.

La habitación donde fue asesinado Michael Malloy
Joseph Murphy tenía algunos temas pendientes con la justicia y fue encarcelado. Como él era uno de los beneficiarios de las pólizas, cuando la aseguradora trató de ponerse en contacto con él para pagarle y supo de su paradero, comenzó a sospechar y avisó a la policía. Por su parte, Green el taxista no había recibido la parte del botín que le correspondía, lo cual lo enfadaba sobremanera; y eso provocó que se fuera de la lengua y contara las desventuras del pobre Malloy a varias personas, con lo que la historia de "Mike el duradero" o "Iron Mike" comenzó a circular por los bajos fondos neoyorquinos. La policía, que estaba advertida, comenzó a investigar y descubrieron no sólo la sospechosa muerte de Malloy, sino también la de Betty Carlsen. El cadáver de Malloy fue exhumado y una autopsia reveló la verdadera causa de la muerte. Los cinco asesinos y el médico que había certificado la muerte de Malloy fueron encarcelados y acusados de asesinato.


Durante el juicio, los acusados trataron de culpar a Bastone (el cual había muerto tiroteado poco después que Malloy y no podía, por tanto, desmentirlos), al que acusaron de ser el que había urdido el plan y de haberlos coaccionado para que le ayudaran. Pero el jurado no se lo creyó y condenó a muerte a Marino, Murphy, Pasqua y Kriesberg, mientras que Green fue sentenciado a cadena perpetua y el doctor, a varios años de cárcel. Marino, Pasqua y Kriesberg murieron en la silla eléctrica en la prisión de Sing Sing en junio de 1934; Murphy siguió su mismo destino el mes siguiente.

Una broma pesada y una deserción

$
0
0
Ernst Franz Sedgwick "Putzi" Hanfstaengl (1887-1975)

Ernst Hanfstaengl nació el 2 de febrero de 1887, en una familia alemana rica y bien relacionada (su padrino fue el duque Ernesto II de Sajonia-Coburgo-Gotha). Estudió en la conocida universidad norteamericana de Harvard y posteriormente se instaló en Nueva York, donde dirigió la filial americana de la editorial de su padre, la Franz Hanfstaengl Fine Arts Publishing House. Era un hombre alto, corpulento, poco agraciado físicamente, pero inteligente, culto, con talento para la música y de buena posición; entre las amistades que frecuentó en Norteamérica estaban el ex-presidente Teddy Roosevelt y el primo lejano de éste (y futuro presidente), Franklin D. Roosevelt; el magnate de la prensa William Randolph Hearst; el actor Charles Chaplin; o la escritora Djuna Barnes, con la que llegó a estar prometido.
Durante la Primera Guerra Mundial, quiso volver a Alemania, pero no se lo permitieron. En 1917, con la entrada de EEUU en guerra, la editorial fue incautada por las autoridades, por ser propiedad del enemigo.

Ernst Hanfstaengl, en el 25º aniversario de su promoción en Harvard (1934)
Regresaría a Alemania en 1922, ya casado con Helene Niemeyer. Viviendo en Munich, un viejo amigo suyo de Harvard que trabajaba en la embajada norteamericana le pidió que asistiera a un mitin del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán en el que participaba su líder, un político que había ascendido rápidamente en popularidad e influencia, llamado Adolf Hitler. Hanfstaengl quedó, como tantos otros alemanes, fascinado por el carisma y la oratoria de Hitler y el entusiasmo que los asistentes mostraban ante sus discursos, creyendo que de verdad aquel era el hombre providencial que habría de sacar a Alemania de la ruina y postración de la posguerra. Tanto fue así, que tras el mitin se presentó personalmente a él y desde ese momento se convirtió en uno de sus más estrechos colaboradores y amigos de confianza, hasta el punto de que Hitler fue el padrino de su único hijo, Egon (quien, irónicamente, años más tarde se alistaría en el ejército norteamericano). De hecho, tras el fallido golpe de estado de noviembre de 1923, Hitler fue arrestado mientras se escondía en la casa de Hanfstaengl en Uffing (el editor, más precavido, había huido a Austria).

Hitler y Hanfstaengl (1930)
La colaboración de Hanfstaengl con los nazis se prolongó durante años: contribuyó a mejorar la imagen de Hitler y a aumentar su popularidad; financió la impresión del Mein Kampf y del periódico del partido, el Völkischer Beobachter; incluso compuso los himnos del partido y creó el famoso saludo nazi Sieg Heil!. Hitler, además, le tenía en gran estima y apreciaba mucho su talento como pianista. Por eso, cuando el partido nazi llegó al poder, Hitler lo recompensó nombrándole jefe de la Oficina de Prensa Extranjera en Berlin. No obstante, poco después sería destituído del cargo, debido a sus malas relaciones con Joseph Goebbels y a la denuncia de personas cercanas a Hitler de que no era un nazi convencido, abandonando la política activa.
No obstante, en 1937, Hanfstaengl recibió órdenes directas de Hitler de saltar en paracaídas sobre suelo español en poder del bando nacional, con el objeto de ejercer como asesor de los sublevados. Desconcertado con la misión, temiendo que se tratase de una trampa, una breve conversación con el piloto confirmó sus temores: las órdenes eran dejarlo caer sobre territorio republicano, lo que habría supuesto su muerte casi segura. Angustiado y temiendo lo peor, Hanfstaengl soportó varias horas de vuelo creyendo ir camino de España, hasta que el piloto anunció que tenían problemas mecánicos y aterrizó... en el aeropuerto de Leipzig. Durante el tiempo que Hanfstaengl creía ir rumbo a España, en realidad el avión daba vueltas sobre territorio alemán. Al parecer, según cuenta Albert Speer en sus memorias, todo había sido una elaborada broma pesada, urdida entre Hitler y Goebbels, que pretendía servir de escarmiento para Hanfstaengl por unos comentarios de éste en los que se criticaba la actuación de los soldados alemanes en la Guerra Civil española. No obstante, Hanfstaengl quedó tan alarmado por la broma, que, tras enviar a su hijo Egon fuera de Alemania, él mismo desertó y huyó a Suiza, desde donde viajó a Gran Bretaña.

Hanfstaengl y su hijo Egon, sargento del ejército norteamericano
Tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial, Hanfstaengl fue arrestado como prisionero de guerra, y posteriormente enviado a un campo de prisioneros en Ottawa (Canadá). En 1942 fue entregado a los norteamericanos, con los que colaboró aportando información acerca de cuatrocientos líderes nazis, empezando por el propio Hitler, sobre el que facilitó sesenta y ocho páginas de información detallada acerca de su personalidad y costumbres, que permitieron a la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS), antecesora de la CIA, realizar un detallado informe psicológico sobre el líder nazi.
En 1944, Hanfstaengl fue devuelto a Gran Bretaña. Tras la guerra, retornó a Alemania sin más problemas y vivió una vida tranquila y pacífica, al frente de su editorial, hasta su muerte en 1975. Su relación con el nazismo y con Hitler no fue investigada.

El estudio de Guatemala

$
0
0
El doctor John C. Cutler (1915-2003), durante su época en Tuskegee

En el año 1946, un grupo de médicos norteamericanos del Servicio de Salud Pública de los EEUU (PHS) y de su homólogo militar, el PHSCC llegaban a Guatemala en el marco de un acuerdo de colaboración entre el gobierno norteamericano de Harry S. Truman y el guatemalteco, presidido por Juan José Arévalo. Financiados con una beca del Instituto Nacional de Salud (NHI), el objetivo de aquellos doctores era investigar el efecto de los antibióticos como la penicilina en el tratamiento de enfermedades de transmisión sexual (de las que los soldados retornados de la Segunda Guerra Mundial habían llevado un surtido muestrario al volver a sus casas). Sin embargo, su actuación durante los dos años que duró el estudio resultó tan execrable que esta investigación se halla con todo derecho entre las páginas más negras de la historia reciente de la medicina.
Al frente de la investigación estaba John Charles Cutler, un joven médico del PHS especializado en enfermedades venéreas. Cutler contaba con el apoyo del gobierno guatemalteco, que dio al grupo todas las facilidades posibles. Sin el más mínimo escrúpulo, violando el juramento hipocrático y los más básicos principios morales, Cutler y los suyos comenzaron a infectar con sífilis, gonorrea y chancroide a centenares de guatemaltecos que nunca fueron informados de ello. La mayoría de ellos, presos y enfermos mentales recluidos en instituciones, pero también soldados, vagabundos e incluso niños huérfanos (algunos de apenas ocho o nueve años) de los orfanatos de la capital. Luego, se les mantenía en observación y se estudiaba el avance de la enfermedad y la reacción al serles administrados los antibióticos. Algunos no recibían tratamiento para poder ver cómo evolucionaban sus dolencias.

Treponema pallidum, el microorganismo responsable de la sífilis
El gobierno guatemalteco ofreció toda su colaboración a los investigadores, aunque hay dudas de hasta qué punto sabían de verdad lo que aquellos hombres estaban haciendo. Si que es seguro que en el lado estadounidense la investigación era conocida al detalle por altos cargos políticos y militares: se conserva una nota del comandante en jefe del PHSCC, el general médico Thomas Parran jr. en la que admitía que aquel experimento jamás habría sido posible en territorio norteamericano y aconsejaba discreción a los médicos ante los oficiales guatemaltecos, señal de que, al menos en parte, las autoridades locales desconocían la verdadera naturaleza de la investigación.
En un principio, los estadounidenses recurrieron a prostitutas infectadas como medio de contagiar a los sujetos del experimento. Como quiera que este sistema no tenía un porcentaje demasiado alto de éxito, pasaron a inyectar directamente fluidos de pacientes enfermos a otros sanos. No se acaba ahí la lista de atrocidades cometidas; una paciente en estado terminal fue infectada de gonorrea en ambos ojos y al menos tres pacientes recibieron inyecciones de bacterias de la sífilis directamente en el tejido cerebral. Huelga decir que ninguno de aquellos sujetos sabía a qué estaba siendo expuesto; a la mayoría les hacían firmar un consentimiento escrito en inglés, aun cuando eran analfabetos o no entendían dicho idioma.
La investigación se prolongó durante dos años, hasta 1948, en que fue suspendida, debido al elevado coste de la penicilina y a las objeciones de algunos de los médicos participantes, incómodos con la metodología empleada, aunque las pruebas de laboratorio y el seguimiento a los pacientes continuó hasta los años 50. No hay una lista oficial de víctimas pero se estima que fueron en torno a 1500 las personas deliberadamente infectadas, de las cuales al menos 83 murieron durante el transcurso del estudio y otras muchas arrastraron secuelas de por vida.
Cutler jamás se arrepintió de lo que había hecho, ni consideró moralmente reprochable lo sucedido en Guatemala. Al contrario, él y algunos de sus colaboradores estaban convencidos de que llevaban a cabo un experimento valioso para la ciencia. Los resultados del estudio nunca fueron publicados y se procuró mantener el secreto sobre lo allí sucedido. No fue la única vez que Cutler se vio envuelto en investigaciones cuestionables con humanos: tras su estancia en Guatemala, estuvo trabajando en un proyecto de parecidas características mucho más conocido: el tristemente célebre experimento Tuskegee, en el que, entre 1932 y 1972, varios centenares de afroamericanos de baja extracción social y enfermos de sífilis fueron deliberadamente dejados sin tratamiento alguno para estudiar el avance de la enfermedad. Y en el año 54, probó una vacuna experimental contra la sífilis utilizando a presos de la cárcel de Sing Sing como conejillos de indias, exponiéndolos luego a la bacteria (aunque en este caso, los que enfermaron si fueron tratados con penicilina). A pesar de todo esto, tuvo una carrera larga y cosechó numerosos reconocimientos y fue nombrado profesor de la Universidad de Pittsburgh en 1966. Antes de su muerte, en 2003, donó a los archivos de la universidad todas las notas de sus investigaciones, incluidas las del experimento de Guatemala. Allí las encontró en 2001 una investigadora llamada Susan Reverby, quien las sacaría más tarde a la luz. El escándalo fue mayúsculo y, en 2010, el presidente Barack Obama ordenó que la Comisión Presidencial para Asuntos de Bioética revisara el caso, llegando a la conclusión de que Cutler y los demás violaron a sabiendas los principios éticos más básicos. El presidente Obama en persona llamó al presidente de Guatemala Álvaro Colón para mostrarle su pesar por lo sucedido, y el gobierno norteamericano se disculpó públicamente por aquellos "abominables y gravísimos" hechos. Además, la secretaría de Estado presentó una excusa oficial al pueblo guatemalteco.

¿Pintó Goya El coloso?

$
0
0


El cuadro El coloso (también conocido como El pánico o El gigante) llegó al madrileño museo del Prado en 1931 como parte del legado de Pedro Fernández Durán, quien a su muerte donó al museo su impresionante colección artística, que incluía pinturas de Goya, Luis Morales y Van der Weyden, dibujos de Brueghel, Tiépolo o Veronés, grabados, tapices, esculturas, porcelanas... El cuadro representa a un gigante, parcialmente oculto tras unas montañas, con los puños en alto, mientras a sus pies, en la parte inferior de la pintura, una multitud de pequeñas figuras, hombres y animales, huyen despavoridas en todas las direcciones. Ha sido interpretada de varias maneras, como una alegoría de la Guerra de la Independencia, como una alusión a Napoleón, como una representación del poema "Profecía del Pirineo", de Juan Bautista Arriaza, o como una denuncia de los efectos de la guerra. Se estima que fue pintado entre 1808 y 1812.
La primera vez que aparece el cuadro atribuido a Francisco de Goya es en 1874, en un inventario de los bienes de doña Francisca de Paula Bernaldo de Quirós, marquesa de Tolosa y Paredes y madre de Pedro Fernández Durán. En 1917, aparece mencionado, ya con el título de El coloso, en la monografía en varios volúmenes que sobre Goya escribió el historiador Aureliano de Beruete. Y en 1946, Francisco Javier Sánchez Cantón, entonces subdirector del Museo del Prado, publicó el llamado Inventario de 1812: la lista de bienes de Josefa Bayeu, esposa de Goya, muerta en ese año. Entre las obras de arte (que pasaron a su hijo, Javier) aparece descrito un cuadro de un "gigante" con las dimensiones del Coloso, que tradicionalmente se ha identificado como tal. Se especuló con que el cuadro habría sido vendido por Javier Goya a Miguel Fernández Durán, marqués de Tolosa y bisabuelo de Perdo Fernández Durán; o bien a su hijo, Antonio, marqués de Perales.
A su llegada al Museo, nadie puso en duda la autoría de Goya; la prensa y los críticos elogiaron unánimemente la obra y a la presentación del legado de Fernández Durán, donde El Coloso ocupaba una posición relevante, acudió el mismísimo presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora. No obstante, hubo voces críticas que dudaban de dicha atribución. Xavier Desparmet, autor de una monumental biografía de Goya que incluía un catálogo de su obra conocida, creía que el cuadro era obra de Eugenio Lucas Velázquez, pintor muy influenciado por la obra de Goya, aunque en la edición póstuma de su obra que hizo su hija si que se incluyó El coloso en un anexo. José Gudiol, pese a que admiraba el cuadro, consideraba que muy probablemente acabaría saliendo de la lista de obras atribuidas al pintor, como había sucedido con otros cuadros como Paisaje con lavanderas, Escena de bandidos o El huracán, atribuidas en un principio al genio de Fuentodos y luego adjudicadas a otros pintores.
Hasta que, en junio de 2008, el Museo del Prado, por boca de Manuela Mena, jefa de conservación del siglo XVIII, que ya había puesto en duda la paternidad goyesca del Coloso, anunció en una rueda de prensa que el cuadro era, casi con total seguridad, obra del pintor valenciano Asensio Juliá, amigo y discípulo de Goya. Un análisis exhaustivo de la pintura, cuyos resultados se hicieron públicos en enero de 2009, atribuía el cuadro a uno de sus discípulos, sin determinar a cuál.

Retrato de Asensio Juliá (Francisco de Goya, 1798)
Manuela Mena y la dirección del Museo señalaban una serie de indicios que, aparentemente, distanciaban al Coloso de otras obras de Goya:
- Goya siempre incluía en sus lienzos una capa de preparación de color rojo, sobre la que pintaba directamente las figuras, gracias a su sobresaliente dominio de la técnica del óleo. En El coloso, sin embargo, dicha capa está ausente, y hay varias capas intermedias de distintos colores entre el lienzo y la pintura en si.
- Las pinceladas de Goya son característicamente rápidas, finas y directas. En El coloso, sin embargo, abundan las pinceladas gruesas y lentas, en ocasiones casi torpes, transmitiendo inseguridad. En algunos puntos, incluso se ha usado una espátula para extender la pintura, algo inédito en la obra del pintor. El resultado son unas figuras un tanto emborronadas y pastosas.
- Se sabe, gracias a los análisis por rayos X, que el autor rectificó en al menos tres ocasiones la figura principal (que originalmente estaba de frente), algo absolutamente impropio de Goya, quien no empezaba a pintar hasta tener totalmente decidida la composición y la perspectiva de todos los elementos de la pintura.

Radiografía del cuadro en la que se aprecian los cambios en la figura del gigante con respecto a su posición definitiva
- Goya era muy maniático en lo relativo a la calidad de los materiales que empleaba en sus pinturas y cuidaba personalmente de la mezcla de los pigmentos. Sin embargo, en el cuadro del Coloso, los pigmentos no son de la misma calidad; en el color negro la proporción de albayalde (carbonato de plomo) es muy baja y se empleó un aceite de baja calidad (de nueces), lo que ha redundado en que la pintura presente un tono apagado y amarillento.
- Goya conocía perfectamente la anatomía humana y era capaz de retratarla con gran detalle. Sus desnudos masculinos muestran su gran conocimiento del desnudo clásico y barroco. En este cuadro, sin embargo, la figura del gigante está reflejada con bastante imprecisión, que se hace especialmente evidente en su brazo izquierdo, torpe y desmañado.

El brazo izquierdo del coloso
- La composición del cuadro no encaja con lo habitual en Goya, que suele reservar el primer plano para las figuras principales y el fondo para las secundarias. Aquí es exactamente al contrario: la figura principal aparece en un segundo plano mientras que en primer término aparecen las figuras más menudas.
- Goya era un maestro en cuanto a la proporción de las figuras y la prespectiva. En este cuadro, sin embargo, el autor comete errores entre las proporciones de las distintas figuras de personas y animales, rompiendo la perspectiva. Además, Goya utiliza los diferentes tamaños de sus figuras como parte de la composición, para sugerir una relación entre ellas. En este caso, no hay relación entre la figura del gigante y la muchedumbre que huye, que parece estar huyendo por otra causa.
- Goya era un perfeccionista que cuidaba hasta el más mínimo detalle de sus cuadros. Hasta las figuras más pequeñas de sus obras están minuciosamente pintadas. En el Coloso, sin embargo, abundan las figuras torpemente rematadas, emborronadas, mal definidas. Frente al estilo preciso y rápido de Goya, muchas de las personas y animales allí reflejadas han sido pintadas con pinceladas lentas y retocadas posteriormente. Hay un caballo al galope que parece casi deforme cuyo jinete se cae de manera antinatural, en sentido opuesto al de la marcha; hay toros toscamente definidos que ni siquiera tienen pezuñas (Goya dejó toros insuperablemente plasmados en sus obras); hay asnos apenas reconocibles; hay perros que son poco más que borrones de pintura. Y con las personas pasa algo parecido; muchas están de espaldas, como si el autor quisiera evitar las complicaciones de definir sus rostros.

A la izquierda, toros en "El coloso"; a la izquierda, toros en "Corrida de toros" (Goya) 
Caballo en "El coloso"
- La mayoría de los cuadros descritos en el Inventario de 1812 llevaban el número de inventario (algunos con la X de Xavier Goya delante) escrito con pintura blanca sobre el propio cuadro o en negro tras el soporte. En el Coloso no hay rastro de tal número; no aparece en ninguna de las fotografías más antiguas que se conservan del cuadro ni se han hallado restos en ninguno de los muchos análisis a los que ha sido sometido, lo que lleva a pensar que quizá no se trate de la misma obra.
- En la parte inferior izquierda de la pintura hay pintados unos símbolos que tradicionalmente se ha pensado que eran un 1 y un 7, pero que una nueva interpretación sugiere que puede tratarse de una A y una J (¿Asensio Juliá?). Juliá firmaba a veces con sus iniciales y otras con su nombre completo, por lo que no es concluyente. También hay quien señala el parecido de la figura central de El coloso con otras obras de Juliá, como El náufrago.

El náufrago (Asensio Juliá)
- Un dato a tener en cuenta es que Antonio Fernández Durán fue nombrado en 1817 celador de la Escuela de Dibujo de la Merced (sería su presidente a partir de 1821) y Asensio Juliá fue nombrado director de Ornamentos en dicha escuela en 1818. Ambos se conocían, lo que explicaría cómo un cuadro de Juliá pudo acabar en manos de Fernández Durán.

Una declaración como esta no podía por menos que desatar la polémica. De inmediato, numerosas voces se levantaron contra Mena y el Museo, criticando lo que para ellos eran argumentos totalmente subjetivos y sin base científica para negar la autoría de Goya. Historiadores como Nigel Glendinning, Jesusa Vega o Valeriano Bozal, expertos en la obra de Goya e incluso ex-directores del Museo del Prado como Fernando Checa han rechazado rotundamente las conclusiones de los estudios y defienden a capa y espada que El coloso es, fuera de toda duda, obra de Goya.
En 2013, un nuevo estudio, llevado a cabo por Carlos Foradada, pintor, historiador y profesor de la Universidad de Zaragoza, rechaza las conclusiones de Manuela Mena y atribuye a Goya la paternidad del cuadro. Según Foradada, muchas de las incongruencias denunciadas por Mena no son tales y se pueden encontrar paralelismos en otras obras del pintor aragonés, como el Retrato del general Palafox a caballo. Además, por la época en la que se pintó el cuadro, se sabe que Goya pasaba por apuros económicos, lo que explicaría que hubiera tenido que recurrir a materiales más baratos y de peor calidad. La polémica sigue abierta y la adjudicación definitiva de la autoría del Coloso parece estar todavía lejos de llegar a una conclusión definitiva.

Louise de Bettignies, la reina de los espías

$
0
0
Louise de Bettignies (1880-1918)

A principios de 1915, las tropas alemanas que ocupaban el norte de Francia empezaron a darse cuenta de que sus enemigos parecían estar al tanto de todos sus movimientos y de la situación de su ejército. Ingleses y franceses abortaban a menudo sus ataques, casi como si los estuviesen esperando, y la artillería y los bombarderos británicos era tan precisos que se veían obligados a trasladar sus baterías prácticamente cada semana. Dedujeron, con razón, que en la región de Lille funcionaba una red de espionaje que mantenía a los aliados al tanto de los desplazamientos de sus tropas. Pero lo que no imaginaban es que el brillante cerebro que estaba detrás de aquella intrincada red era una sencilla y amable institutriz.
Louise de Bettignies, séptima de los ocho hijos de Henri de Bettignies, co-propietario de una fábrica de cerámica cuya familia era oriunda de Bélgica, y Julienne Mabille de Poncheville, una mujer procedente de una familia de abogados y notarios de Valenciennes, nació en Saint-Amand-les-Eaux el 15 de julio de 1880. Louise era una joven despierta y muy inteligente. Pese a que su padre pasó por dificultades económicas, ella siguió con sus estudios; primero con las monjas de la Congrégation de la Sainte-Union des Sacrés-Coeurs, en Valenciennes (junto a su hermana Germaine), y luego en Inglaterra, con las ursulinas, en Upton, Wimbledon y Oxford. Finalmente, en 1906, Louise se licenció en la Facultad de Letras de la Universidad de Lille (ciudad a la que su familia se había mudado en 1895). Con su brillante curriculum y su facilidad para los idiomas (hablaba inglés perfectamente y alemán e italiano con soltura) no tardó en encontrar trabajo como institutriz.
Tras un breve periodo como profesora en Pierredefons, viajó a Italia para entrar al servicio del duque Giuseppe Visconti de Modrone, encargándose de sus hijos (entre ellos, el que sería luego célebre director de cine Luchino Visconti). En 1911 se mudó a Polonia, para trabajar para el conde Mikiewsky (allí aprovechó su estancia para aprender ruso). Luego prestaría sus servicios al príncipe Karl V Schwarzenberg en el castillo de Orlík (Bohemia) y a la princesa Elvira de Baviera en el castillo de Holeschau (Moravia). A finales de 1913, recibió la tentadora oferta de encargarse de la educación de Sophie, Maximilian y Ernst, los hijos del archiduque Francisco Fernando de Austria, heredero al trono austrohúngaro. Pero ella declinó la oferta y prefirió volver a Francia con su familia.
A principios de 1914, Louise retornó a Francia, viviendo primero con su hermano Albert en Bull-les-Mines y luego en Wissant. Durante algún tiempo consideró la posibilidad de ingresar en la orden de las carmelitas. Sin embargo, muy pronto todo cambió al estallar la Primera Guerra Mundial.
Al poco de comenzado el conflicto, Louise se trasladó a Lille para acompañar a su hermana Germaine, cuyo marido, Maurice Houzet, había sido movilizado. Allí, durante el asedio al que fue sometida la ciudad, ambas ayudaron a los defensores llevándoles agua y alimentos. Y cuando, finalmente, las tropas alemanas tomaron la ciudad, Louise se hizo enfermera para atender a los heridos. Una de sus labores era escribir cartas a las familias de los soldados heridos de distintas nacionalidades que no podían hacerlo por si mismos, en lo que le eran muy útiles sus conocimientos de idiomas. Sin embargo, en el fondo ella no estaba conforme y sentía que podía hacer algo más por su país.
La oportunidad llegó a finales de 1914, cuando miembros de la resistencia le propusieron viajar a la Francia libre llevando consigo una serie de documentos importantes, escritos con tinta invisible en su ropa. Tras un primer intento fallido, su hermano Henri, sacerdote, le consiguió documentos falsos a nombre de Alice Dubois, gracias a los cuales logró llegar a Inglaterra tras cruzar Bélgica y Holanda, y de allí pudo volver a Francia. Fue un viaje providencial, pues durante él entró en contacto con el servicio secreto británico, que le propuso volver a Lille y actuar como espía para ellos. Tras consultar con un sacerdote, Louise aceptó la oferta británica y en febrero de 1915 ya estaba de vuelta en Lille con la identidad de Alice Dubois.

Marie-Léonie Vanhoutte (1888-1967), la principal colaboradora de Louise de Bettignies
Sorprendentemente, la apacible y religiosa institutriz demostró estar extraordinariamente dotada para el espionaje. Con la ayuda de algunos amigos y la financiación de los británicos, en poco tiempo creó una organización con cerca de un centenar de miembros dedicada a registrar minuciosamente todos los movimientos de las tropas alemanas en la zona. Una red muy especializada, donde unos tenían como misión recoger información, otros la recopilaban y cifraban, otros se encargaban de los desplazamientos... La llamada "red Alice" funcionaba a la perfección y Louise manejaba los hilos recogiendo, clasificando, codificando y enviando a los británicos toda información relevante sobre las actividades de los alemanes. Esa información era transmitida a su contacto, un hombre llamado Jose Courboin, residente en la localidad holandesa de Vlissingen. Los envíos se producían dos veces por semana y la propia Louise viajaba a ver a Courboin al menos cada quince días para darle información de primera mano. Louise tenía también una enorme creatividad a la hora de buscar medios en los que esconder sus mensajes. Reclutó para su red a un químico para que le fabricara tinta invisible y a un cartógrafo capaz de escribir 1500 palabras en el reverso de un sello. Ovillos de lana, tabletas de chocolate... todo valía para ocultar en su interior sus comunicados. Llegó incluso a utilizar cadáveres, escondiendo los mensajes en un tubo de vidrio oculto en la garganta del difunto. Los británicos, admirados por su talento, empezaron a llamarla "the Queen of spies", la reina de los espías, y el obispo de Lille, monseñor Charost, amigo suyo y que estaba al tanto de sus actividades, la llamaba "la Juana de Arco del norte".
La actividad de Louise y su red proporcionó valiosísima información a los británicos (se calcula que salvó la vida de miles de soldados con sus informaciones). Les permitió estar al tanto de todo lo que hacían los alemanes y adelantarse a algunas de sus acciones; por ejemplo, el intento de asalto a la ciudad de Armentières a través de un túnel. Otro de sus grandes éxitos tuvo lugar cuando el káiser Guillermo II quiso hacer una visita sorpresa al frente. Pese a que los alemanes actuaron con extrema cautela (eran muy pocos, aún entre los oficiales de mayor rango, los que estaban enterados) la red de espías no sólo supo de la visita sino que logró averiguar la fecha en la que se produciría y la ruta del kaiser, permitiendo que dos aviones ingleses bombardeasen el tren en el que viajaba, aunque sin éxito.
Ante la evidencia, los alemanes se lanzaron con ahínco a buscar a los escurridizos espías; y así, el 20 de octubre de 1915, Louise fue detenida en Froyennes, cerca de la ciudad belga de Tournai, y trasladada a Bruselas para ser juzgada. Posiblemente, fue una delación la que provocó su arresto. En uno de sus últimos mensajes advertía que los alemanes preparaban una gran ofensiva en Verdún para principios de 1916; los británicos avisaron a su vez a los franceses, quienes encontraron la información poco creíble y la desestimaron. La ofensiva se produciría finalmente, tal y como Louise de Bettignies había dicho, en febrero de 1916.

Junto al Cafe du Canon D'Or en Froyennes fue arrestada Louise de Bettignies
En prisión, Louise se negó a hablar, pese a que muy probablemente fue torturada. En la prisión bruselense de St. Gilles, los alemanes recurrieron a colocarle como compañera de celda a una colaboracionista llamada Louise Letellier, la cual logró convencerla de que escribiese varias cartas a sus amigos. Las cartas, pese a no ser incriminatorias, permitieron el arresto de Léonie Vanhoutte, su principal colaboradora, y de otros dos miembros de la red, Georges Desaever y Alexandre Schoenmacker. En el juicio, Louise se negó una vez mas a delatar a los miembros de su red y fue condenada a muerte, mientras que los demás eran condenados a distintas penas de prisión. Louise no puso pegas a su condena; sólo escribió al gobernador militar de Bélgica, el general Moritz von Bissing, pidiéndole clemencia para sus compañeros. Von Bissing conmutaría luego su pena por la de trabajos forzados, y Louise ingresaría el 24 de abril de 1916 en la prisión para mujeres de Siegburg, cerca de Colonia. Allí no dejó de dar problemas a los alemanes; envió numerosas cartas al gobierno alemán y al embajador español quejándose de mal trato dado a las prisioneras, a las que exhortaba a no trabajar para los alemanes y cantaba canciones francesas para elevar su moral (lo que le costaría varios periodos de aislamiento). Las autoridades católicas francesas y alemanas intercedieron por ella, e incluso la Santa Sede mostró interés en su caso, sin éxito; los alemanes se negaron a liberarla por todo el daño que su actividad había causado a su ejército.
Finalmente, las privaciones y las malas condiciones de la prisión acabaron haciendo mella en la salud de Louise. A finales de 1917 se le diagnosticó una virulenta neumonía de la que fue intervenida en la enfermería de la prisión. Quedó muy débil y nunca se recuperó del todo. En julio de 1918 tuvo que ser trasladada al hospital St. Marien de Colonia, del que nunca saldría, falleciendo el 27 de septiembre; apenas un mes antes de que Lille fuera liberada y dos antes del final de la guerra. Su cuerpo fue sepultado en el cementerio de Bocklemünd Westfriedhof.
Tras la guerra, Louise (que ya había recibido elogios por parte del comandante en jefe del ejército francés, el mariscal Joseph Joffre, tras ser condenada) fue distinguida póstumamente tanto por los franceses como por los británicos. De Francia recibió la Croix de Guerre y la Legión de Honor, mientras que los ingleses le otorgaron la Military Medal y la nombraron oficial de la Orden del Imperio Británico. Sus restos fueron exhumados en febrero de 1920 y trasladados a Lille, donde desfilaron por las calles escoltados por una guardia de honor anglo-francesa antes de celebrarse un funeral solemne en la iglesia de Saint Maurice. Posteriormente fue enterrada en el panteón familiar, en el pueblo de Saint-Amand-les-Eaux.

Monumento en honor de Louise de Bettignies en Lille
El 7 de noviembre de 1926 las autoridades belgas colocaron una placa conmemorativa en Froyennes, en el lugar en el que había sido arrestada. El 13 de noviembre de 1927, se inauguró en el Boulevard Carnot de Lille un monumento erigido en su honor. La calle de Saint-Amand-les-Eaux donde esta su casa natal lleva su nombre, así como varias calles más de distintas localidades del norte de Francia y una plaza de Lille.

El imperio criminal de los hermanos Kray

$
0
0
Ronnie (1933-1995) y Reggie (1933-2000) Kray

El Londres glamuroso y brillante de los años sesenta escondía bajo su superficie otro Londres oscuro y peligroso, donde las bandas criminales campaban a sus anchas. Y en ese otro Londres, los hermanos Kray imponían su ley.
Ronald (Ronnie) y Reginald (Reggie) Kray nacieron el 24 de octubre de 1933 en el barrio londinense de Hoxton, en una familia con antepasados irlandeses, judíos y gitanos. Cuando tenían tres años, enfermaron de difteria,que afectó más seriamente a Ronnie, que estuvo a las puertas de la muerte. Al estallar la Segunda Guerra Mundial, su padre, un perista de poca monta especializado en objetos de oro, fue llamado a filas, pero se negó a combatir y prefirió desertar, pasando a la clandestinidad, y estando más de veinte años huyendo de las autoridades. Por esa época los pequeños Kray comenzaron a relacionarse con criminales, a desconfiar de la policía y a escuchar historias de delincuencia.

Ronnie y Reggie Kray, en su época como boxeadores
En su adolescencia empezaron a practicar boxeo, influidos por su abuelo materno, Jimmy "Cannonball" Lee, un antiguo púgil que había alcanzado cierta fama a nivel local y poseedor de un contundente gancho de izquierda. Alcanzaron cierto nivel como aficionados e incluso Reggie estuvo a punto de dar el salto al boxeo profesional con 19 años, pero una pelea en un pub de Walthamstow provocó que la federación de boxeo suspendiera su licencia. Ya por entonces eran conocidos por su agresividad; era habitual que se vieran envueltos en trifulcas, y en más de una ocasión estuvieron a punto de ser condenados. Ronnie tenía un carácter impulsivo y dado a los estallidos de ira, mientras que Reggie era más frío y calculador. No tenían demasiados amigos, ni se relacionaban demasiado con otras personas; habían comprendido desde tiempo atrás que sólo se podían fiar el uno del otro.
En 1952 ambos fueron citados para realizar el servicio militar, algo que no les entusiasmaba demasiado (cuestión de familia, seguramente). Desertaron el primer día, tras golpear a un cabo, y fueron arrestados al día siguiente, tras dar una paliza a un policía que trató de detenerlos. Tras un breve paso por la Torre de Londres (fueron de los últimos presos del famoso edificio), acabaron recluidos en una cárcel militar en Canterbury. Allí su comportamiento fue especialmente problemático: agresiones a guardias, incendios en sus celdas, un intento de fuga... Al final, el ejército se hartó de ellos y los licenció con deshonor, dejándolos libres para volver a Londres y comenzar su carrera criminal.

Ronnie y Reggie Kray (foto policial de los años 40)
Comenzaron como muchos otros como matones al servicio de criminales más importantes. Tenían su base de operaciones en unos billares que habían comprado en Bethnal Green y desde allí empezaron extorsionando a pequeños comerciantes a cambio de "protección". Luego pasaron a palabras mayores: robo a mano armada, secuestro, incendios provocados... Con los beneficios, compraron varios bares y propiedades, iniciando así un pequeño imperio empresarial. Y no les temblaba la mano a la hora de emplear la violencia en sus negocios. En 1956, Ronnie disparó en una pierna a un vendedor de coches que no aceptaba el "trato" que le proponía, pero se libró fingiendo ser su hermano (que tenía una coartada sólida). Por aquella época trabajaban para un gangster de Liverpool llamado Jay Murray, pero no tardaron en independizarse y formar su propia banda criminal, a la que llamaron "The Firm". También contaban con la ayuda de Alan Cooper, un banquero que se encargaba de blanquear sus ingresos y gestionar su patrimonio.
En 1960, Ronnie fue condenado a 18 meses de cárcel por extorsión y amenazas. Mientras él estaba en prisión, Reggie se hizo con la propiedad de un club nocturno, el Esmeralda's Barn. El club les dio un buen resultado y los Kray se hicieron con varios más, lo que les convirtió en celebridades dentro de la escena social de Londres. Como dueños de varios de los locales más de moda de la noche londinense, empezaron a frecuentar la compañía de gente conocida. Políticos, deportistas, aristócratas, actores, cantantes, eran clientes habituales de los clubes de los Kray. Pero por debajo de esa fachada de glamour y lujo, los Kray seguían controlando su imperio criminal con mano de hierro. Temidos y admirados, odiados y respetados, sus figuras concitaban filias y fobias, como había sucedido otros grandes capos del crimen organizado, como Al Capone.

Los Kray con el antiguo campeón del mundo de los pesos pesados, Joe Louis
Su poder era enorme. Y se vio cuando, en 1964, el periódico sensacionalista Sunday Mirror publicó un artículo en el que, de forma velada, se insinuaba la existencia de una relación homosexual entre Ronnie Gray (que era abiertamente bisexual, al igual que su hermano Reggie, que sin embargo era más discreto en su vida privada) y el barón Robert Boothby, un destacado y veterano político conservador. En el artículo no se mencionaban nombres, pero se daban pistas suficientes para identificar a los protagonistas. La respuesta fue inmediata: los Kray amenazaron de muerte a los autores del artículo y Boothby amagó con querellarse contra el periódico si este no se retractaba. Al final, el editor del Mirror, temeroso, terminó aceptando publicar un artículo de disculpa e indemnizando a Boothby con 40000 libras. Muchos periódicos y periodistas aprendieron la lección y se abstuvieron en adelante de investigar los trapos sucios de los Kray. Tampoco los principales partidos políticos se atrevían a plantarles cara; los conservadores, por miedo a que volviese a salir a la luz el caso Boothby; y los laboristas, por la supuesta relación que Ronnie habría mantenido con Tom Driberg, un veterano parlamentario de su grupo.


El 9 de marzo de 1966, Ronnie, acompañado por un par de sus secuaces, entró en un pub llamado Blind Beggar donde estaba bebiendo George Cornell, miembro de la banda de Richardson, rivales de los Kray. Cornell, al parecer, saludó burlonamente a Ronnie diciéndole "Mira quién está aquí". Sin decir una palabra, Ronnie se dirigió hacia él y, en presencia de varias docenas de testigos, le disparó en varias ocasiones. Fue el primer asesinato cometido por los Kray y aún no están claros los motivos; se habla de que Cornell había insultado o amenazado a Ronnie, que había intervenido en la muerte de uno de los hombres de los Kray o incluso que Ronnie había sufrido un brote psicótico. Y, a pesar de los numerosos testigos, nadie se atrevió declarar contra él y la mayoría afirmaron que en el momento del tiroteo estaban en el baño (los policías, con sentido del humor, acabaron llamando a aquel diminuto cubículo "la TARDIS", por la cantidad de gente que decía haber estado allí a la vez).
En diciembre de 1966, Frank Mitchell, un conocido y violento delincuente apodado "El loco del hacha", huyó de la prisión de Dartmoor y desapareció sin dejar rastro. No fue hasta años después que se supo de la implicación de los Kray. Ronnie Kray y Mitchell se habían hecho amigos en prisión y Ronnie quiso hacerle un favor ayudándolo a fugarse y escondiéndolo. Pero Mitchel era un sujeto problemático, con serios problemas mentales (decían de él que tenía la mente de un niño de 13 años y era propenso a los arrebatos de furia), lo que, unido a su descomunal fuerza física (era capaz de levantar a pulso un piano, o de levantar a un hombre adulto con cada mano) le hacían difícilmente controlable. Los Kray, temerosos de que Mitchel perdiera definitivamente el control o que fuera apresado y los involucrara, decidieron eliminarle; varios de los miembros de The Firm le dispararon repetidas veces y su cuerpo, bien lastrado para que se hundiese, fue arrojado al Canal de la Mancha.
En junio de 1967, Frances, la esposa de Reggie (con la que se había casado en 1965, si bien se habían separado poco después) apareció muerta de un disparo y se dictaminó que había sido un suicidio. Años más tarde, Reggie confesó a un compañero de celda que en realidad Ronnie la había asesinado en un ataque de celos.
El último asesinato de los Kray tuvo lugar en octubre de 1967, y la víctima fue Jack McVitie, uno de los miembros de más bajo rango de su banda. McVitie había fallado en el encargo de eliminar a uno de los rivales de los Kray. Como escarmiento, lo atrajeron con engaños a un sótano y allí Reggie Kray quiso dispararle en la cabeza; pero su arma falló, con lo que, mientras Ronnie le sujetaba, Reggie lo apuñaló repetidas veces en el cuello y el estómago con un cuchillo de carnicero. El cadáver de McVitie no se halló nunca.

Jack "The Hat" McVitie
Los Kray se creían intocables. Los intentos de la policía por sacar sus crímenes a la luz chocaban continuamente con el miedo de los testigos a declarar contra ellos y al ya comentado escaso interés de políticos y prensa. No obstante, había hombres dispuestos a pelear para poner fin a la carrera criminal de los hermanos. Y uno de esos hombres era el inspector de Scotland Yard Leonard Read. Ya durante 1964 había estado investigando sobre ellos, pero el rechazo de sus superiores había frustrado sus esfuerzos. En 1967, cuando Read fue trasladado a la brigada de homicidios, los Kray se convirtieron en su prioridad. Pacientemente, durante meses, Read fue recopilando información hasta que, ya en 1968, Scotland Yard consideró que ya tenían pruebas suficientes y decidió ir a por ellos. El detonante, al parecer, fue el arresto en Escocia de uno de sus hombres cuando trataba de comprar explosivos para fabricar un coche bomba. El 8 de mayo de 1968, los Kray y 15 de sus secuaces en The Firm (entre ellos, su hermano mayor, Charlie) fueron arrestados y acusados de una amplia lista de delitos. Ahora que estaban encarcelados, muchos de los que antes temían declarar en su contra acudieron a las autoridades a aportar sus testimonios en su contra. Los Kray acabarían siendo condenados a cadena perpetua, con un periodo de reclusión mínimo de 30 años, por los assesinatos de Cornell y McVitie. Catorce de sus quince secuaces fueron condenados a distintas penas de cárcel (Charlie Kray cumplió diez años por su complicidad en los asesinatos).


En 1979, Ronnie fue declarado mentalmente perturbado y trasladado al hospital psiquiátrico de alta seguridad de Broadmoor, donde permanecería hasta su  muerte el 17 de marzo de 1995 a causa de un ataque al corazón. Sólo volvió a salir de la cárcel en una ocasión, en 1982, para asistir junto a su hermano al funeral de su madre. Reggie fue liberado por motivos humanitarios en agosto de 2000, al sufrir un cáncer de vejiga terminal. Pasó sus últimos momentos con su esposa Roberta (con la que se había casado en 1997, en la prisión de Maidstone) y murió mientras dormía, el 1 de octubre. Fue enterrado junto a su hermano Ronnie en el Chingford Mount Cemetery, al lado de su otro hermano Charlie (fallecido en abril de 2000). Su funeral, como el de su hermano, fue un acto multitudinario que atrajo a miles de curiosos.
En 1985 se descubrió que los hermanos, pese a estar encarcelados y en prisiones diferentes, dirigían con la complicidad de su hermano Charlie y otro socio una lucrativa empresa llamada Krayleigh Enterprises dedicada a proporcionar guardaespaldas y servicios de seguridad a personajes relevantes (entre ellos, el cantante Frank Sinatra y varias estrellas de Hollywood). No obstante, las autoridades no vieron nada punible en ello.


Mademoiselle de Maupin

$
0
0
Julie d'Aubigny, Mademoiselle de Maupin (1670-1707)

La vida de mademoiselle de Maupin fue sin duda una de las más singulares e insólitas de su época. Nacida con el nombre de Julie d'Aubigny en 1670, su padre era secretario del conde de Armagnac, caballerizo mayor del rey Luis XIV de Francia. Julie tuvo una educación peculiar, en la que, además de las habituales (y limitadas) enseñanzas que recibían las mujeres por entonces, aprendió literatura, arte y a cabalgar y a manejar la espada como un hombre. También demostró tener un notable talento para la música, que le permitiría años más tarde tener una destacada carrera como cantante de ópera. Con apenas catorce años se convirtió en amante del conde, quien poco después le arreglaría un matrimonio de conveniencia con un tal señor de Maupin. Un matrimonio mal avenido y efímero, ya que Maupin recibió un nombramiento administrativo en el sur de Francia, y se fue dejando a su joven esposa en París.
No le importó demasiado a la dama, ya que no tardó en conseguirse un nuevo amante, un tal Sérannes, maestro de esgrima, con el que perfeccionó su habilidad con la espada. Sérannes era un hombre un tanto exaltado y, tras matar a un hombre en un duelo (por aquel entonces los duelos de honor, si bien eran relativamente frecuentes, estaban prohibidos expresamente por orden del rey), se vio obligado a cambiar de aires para eludir a la justicia y partió rumbo a Marsella. Julie decidió huir con él, y ambos se ganaron la vida durante un tiempo con exhibiciones de canto y de esgrima, en las que Julie solía vestir con ropas masculinas (una costumbre que tenía desde muy niña), aunque sin ocultar su condición femenina. En una ocasión, un borracho del público le gritó que no era realmente una mujer, sino un hombre afeminado. Ella le respondió abriendo su blusa y pidiendo a los espectadores que "juzgasen por ellos mismos".
En Marsella, Julie, utilizando su nombre de soltera, no tardó en conseguir trabajo en la Ópera como cantante. También puso fin a su relación con Sérannes y comenzó un romance con una joven muy atractiva, cuya familia, escandalizada, la metió en el convento de las Visitadoras en Avignon para "proteger su honor". No contaban con el empeño de la Maupin, quien poco después entró en el convento como novicia, y pasadas apenas unas semanas robó el cadáver de una monja recién fallecida, lo colocó en la cama de su amante y le prendió fuego a su habitación, aprovechando ambas para huir durante la confusión. Tres meses después, la joven volvió con su familia y Julie, juzgada in absentia, fue condenada a morir en la hoguera acusada de secuestro, incendio y profanación de un cadáver, aunque la condena fue decretada en contra de "monsieur d'Aubigny", seguramente para disimular el carácter escandaloso de la relación lésbica de ambas jóvenes.
Julie d'Aubigny decidió entonces volver a París, dando un largo rodeo y vestida de hombre. En Poitiers conoció a un antiguo actor y cantante dado a la bebida llamado Marechal, que se convirtió en su maestro, dándole valiosas lecciones sobre canto e interpretación hasta que su alcoholismo se lo impidió. En Villeperdue, en una taberna, se vio envuelta en una discusión con un joven caballero. De las palabras pasaron a los insultos y de ahí, a cruzar sus aceros, un enfrentamiento que terminó cuando la Maupin atravesó el hombro del joven con su espada. Aquel joven resultó ser Louis-Joseph d'Albert de Luynes, hijo del poderoso conde de Luynes, y quedó realmente asombrado cuando, al día siguiente, Julie acudió al cuarto donde se recuperaba de sus heridas para interesarse por su salud y le reveló su identidad real. Ambos se convertirían en amantes; Julie se encargó de cuidarlo durante su convalecencia y permanecieron juntos hasta que, recuperado de sus heridas, el joven tuvo que volver a su regimiento, que partía hacia Alemania. Volverían a retomar su relación esporádicamente, aunque conservaron una profunda amistad durante el resto de sus vidas.


Por fin, llegó a París, acompañada de Gabriel-Vincent Thévenard, un joven aspirante a cantante de ópera (tendría una larga y fructífera carrera) al que había seducido en Rouen. Pero, si quería dedicarse a la ópera, como era su intención, debía arreglar primero el "pequeño asunto" de su condena a muerte. Y lo consiguió gracias a la mediación de su viejo amigo el conde de Armagnac, el cual aprovechó su cercanía a Luis XIV para conseguir un perdón real.
Thévenard y Julie (que empezó a utilizar el nombre de Mademoiselle de Maupin) lograron ser contratados por la Ópera de París, donde Maupin hizo su debut en 1790, en el papel de Palas Atenea en la tragedia Cadmus et Hermione. Fue el inicio de una brillante carrera en la que interpretó papeles protagonistas, entre otras obras, en Didon, Omphale o Alcine. Pero, paralelamente, le seguía gustando vestirse de hombre y dejarse ver por las tabernas de París, donde frecuentemente se veía envuelta en riñas y duelos; es más, hay quien dice que llegó a trabajar como duelista profesional a sueldo. También siguió llevando una agitada vida sentimental, con amantes tanto masculinos como femeninas, mayoritariamente compañeros suyos de la Ópera como Mademoiselle La Rochois. Es mas, al parecer intentó suicidarse después de que un actor llamado Fanchon Moreau la rechazase.


Una de sus más sonadas hazañas tuvo lugar durante un baile de máscaras en la corte, al que acudió como invitada del hermano del rey, Felipe, conde de Orleans. A él acudió vestida de caballero, sin importarle lo más mínimo lo que dijeran de ella. Durante el baile, prodigó sus atenciones a una atractiva marquesa, con la que bailó en varias ocasiones y a la que llegó a besar en la pista de baile. Tres jóvenes caballeros, pretendientes también de la marquesa y un tanto irritados, le afearon su comportamiento. La Maupin, tranquilamente, los acompañó al exterior, se batió en duelo con los tres a la vez, los derrotó, dejándolos heridos, y volvió al palacio para disfrutar del resto del baile, en presencia del rey. Aunque ella temía ser castigada, a Luis XIV al parecer le hizo gracia todo el asunto y zanjó el tema diciendo que su ley se aplicaba sólo a los hombres. Pero por si acaso cambiaba de opinión, Mademoiselle decidió dejar Paris por un tiempo, hasta que se calmaran los ánimos, y marchó a Bruselas, donde vivió entre 1692 y 1693, siendo amante del príncipe Maximiliano II Manuel, elector de Baviera, Cuando el príncipe se cansó de ella y se buscó una nueva amante, trató de sobornarla para que se fuera de Bruselas. Ella rechazó con altivez el dinero que el príncipe le ofrecía y volvió a París, donde prosiguió su carrera operística, con éxitos rotundos como Medus o Tancrède (un papel escrito específicamente para ella, el primero en Paris para una mujer sin ser de soprano). Tras una breve reconciliación con su marido, la cantante comenzó un apasionado romance con la marquesa de Florensac, quien tenía fama de ser una de las mujeres más bellas de Francia. Tras la muerte repentina de la marquesa en 1705, Mademoiselle de Maupin quedó tan desolada que se retiró de la ópera y se recluyó en un convento de la Provenza, donde murió en 1707, a los 37 años de edad. Se desconoce el lugar donde reposan sus restos.

La marquesa de Florensac


El cirujano que se operó a si mismo

$
0
0
Leonid Ivánovich Rógozov (1934-2000)

El 29 de abril de 1961 el doctor Leonid Rózogov, médico de la base antártica soviética de Novolazarevskaya empezó a sentirse enfermo. Cansancio, náuseas, fiebre, y, más tarde, un intenso dolor en la parte derecha del abdomen: todos los síntomas de una apendicitis aguda. Su estado empeoró esa noche, y al día siguiente se hicieron evidentes los síntomas de una peritonitis. Rózogov necesitaba ser operado urgentemente para extirparle el apéndice y poner coto a la infección. El problema era que él era el único miembro de la expedición con formación médica. No había posibilidad de recibir ayuda. El envío de asistencia por mar habría llevado semanas; las bases más cercanas estaban a cientos de kilómetros, y las tempestades del invierno antártico impedían el aterrizaje de aviones. El tiempo se agotaba; si su apéndice se perforaba Rózogov tenía un riesgo elevado de morir. Así que, antes que quedarse quieto esperando, el médico tomó una decisión desesperada: él mismo se practicaría una apendicectomía.

Base Novolazárevskaya
Leonid Rózgov era un joven médico nacido en un pueblo siberiano en 1934, que había perdido a su padre a manos de los alemanes en 1943. Se había licenciado en medicina en Leningrado en 1959 y, mientras se estaba especializando como cirujano, en septiembre de 1960 se le había presentado la oportunidad de participar en la 6ª Expedición Antártica Soviética (que se llevaron a cabo anualmente de manera ininterrumpida entre 1955 y 1991), y decidió aprovechar la oportunidad. El 18 de enero de 1961, un grupo de trece investigadores, entre los que se encontraba Rózogov, fundaba la Base Novolazarevskaya en el llamado oasis Schirmacher, en la región antártica de la Tierra de la Reina Maud, una base que aún hoy permanece activa bajo bandera rusa.
La operación comenzó a las 22:00 horas del día 30 de abril. Rózogov contó con la ayuda del meteorólogo y del conductor de tractores de la base como auxiliares para pasarle el instrumental, mientras el director de la misión permanecía presente por si alguno de ellos se desmayaba. Tras inyectarse una solución de novocaína en la pared del abdomen como anestesia local, Rózogov procedió a realizarse una incisión de doce centímetros para extraer el apéndice. Al poco de comenzar empezó a sentir debilidad y náuseas, lo que lo obligaba a tomar descansos cada poco. Además, al abrir el peritoneo desgarró accidentalmente el ciego, la primera sección del intestino grueso, viéndose en la obligación de suturarlo antes de continuar. Al principio de la operación, Rózogov empleaba un espejo para orientarse, pero le incomodaba el punto de vista invertido, así que acabó por guiarse utilizando el tacto. Por fin, logró dar con el apéndice, que mostraba en su base una mancha oscura, señal inequívoca de que estaba a punto de reventar (Rózogov estimaba que lo habría hecho en menos de un día) y pudo extraerlo. Ya era casi la medianoche y Rózogov, agotado y al borde de la inconsciencia, todavía tuvo ánimos para darles instrucciones a sus ayudantes de cómo debían recoger y esterilizar el intrumental y deshacerse de los residuos. Sólo cuando estuvo todo limpio y ordenado, Rózogov se tomó los antibióticos y los sedantes y quedó profundamente dormido.

El doctor Rozógov, durante su autocirugía
Su recuperación fue muy rápida. Los síntomas de peritonitis desaparecieron enseguida, la fiebre pasó en apenas cinco días, transcurrida una semana pudo quitase los puntos de sutura y dos semanas después de la operación reasumió sus funciones dentro de la base.
Su hazaña le convirtió en un héroe del pueblo soviético. Poco después le fue concedida la Orden de la Bandera Roja del Trabajo (reservada a aquellos que alcanzaban importantes logros en el ámbito laboral y del servicio civil). Se negó a ser evacuado y permaneció en la base hasta mediados de 1962, cuando todo su grupo fue relevado. Pese a la enorme fama que su operación le había deparado, nunca buscó el reconocimiento público. De vuelta en Leningrado, retomó su carrera como cirujano, trabajando en varios hospitales. Se doctoró en 1966 con una tesis titulada "La resección del esófago para el tratamiento del cáncer de esófago" y en 1986 fue nombrado jefe del departamento de cirugía del Instituto de Investigación de Neumología y Tuberculosis de San Petersburgo, cargo que ostentó hasta su muerte, el 21 de septiembre de 2000, a causa de un cáncer de pulmón.

Leonid Rózogov, durante su convalecencia
Después de lo ocurrido, varios países obligan a sus exploradores antárticos a someterse obligatoriamente a apendicectomías preventivas, e incluso se ha sugerido que los astronautas deberían hacer lo mismo.

El hijo de Neptuno

$
0
0
Sexto Pompeyo Magno Pío (c. 65 a. C. - 35 a. C.)

El 9 de agosto del año 48 a. C. dos ejércitos romanos se enfrentaron en una llanura cercana a la ciudad griega de Farsalia. Por un lado, Cayo Julio César y sus tropas, apoyadas por las clases populares de Roma. Por el otro, el ejército de Cneo Pompeyo Magno, antiguo aliado de César y ahora adalid de la facción aristocrática y conservadora, la de los optimates, que incluía a la mayor parte de los senadores. Pese a que César estaba en desventaja numérica de 2 a 1 y sus tropas estaban cansadas y escasas de suministros, la veteranía y disciplina de sus soldados se impuso infligiendo a sus enemigos una severa derrota. Pompeyo huyó con familiares y amigos a Egipto, donde fue asesinado por orden de Potino, eunuco del faraón Ptolomeo XIII, que creía de esta manera congraciarse con el vencedor.
Entre los que acompañaban a Pompeyo en sus últimos días estaban sus dos hijos, Cneo y Sexto, quienes, tras la muerte de su padre, se dirigieron a Útica, donde Metelo Escipión, Catón el Joven y Tito Labieno reunían un ejército con aquellos de sus partidarios que todavía estaban dispuestos a combatir a César, a pesar de que éste había decretado una amplia y generosa amnistía para aquellos que depusiesen las armas. El 6 de abril del 46 a. C., en Tapso (en la actual Túnez) César derrotaba al ejército de los conservadores. Escipión y Catón murieron, y Labieno y Sexto huyeron de nuevo, esta vez a Hispania, donde se reunieron con Cneo, mientras César, necesitado de un descanso, retozaba entre las sábanas con Cleopatra.
Allí, en territorio hispano, se dirimiría la última batalla de la guerra civil. Labieno y los hijos de Pompeyo lograron reunir un ejército, formado en buena parte por antiguos soldados pompeyanos que se habían instalado allí tras su retiro, tribus locales, libertos, desertores... El ejército de los conservadores y el mandado por César se encontraron por fin el 17 de marzo del 45 a. C. en las llanuras de Munda, cuya localización exacta es todavía discutida y ha sido situada, entre otras, en Monda o Ronda la Vieja (Málaga), Montilla (Córdoba) u Osuna (Sevilla). Fue una batalla larga y sangrienta, conde la victoria estuvo a punto de decantarse en favor de cualquiera de ambos bandos, pero finalmente una vez más las experimentadas tropas de César lograron el triunfo. Labieno murió en combate, y Sexto y Cneo, con un puñado de fieles, consiguieron huir, si bien Cneo fue capturado semanas después y ejecutado.
Perseguido por los soldados de César, acompañado sólo por un puñado de hombres leales, Sexto Pompeyo huyó y buscó refugio en el territorio de los lacetanos, en lo que hoy es Cataluña, viviendo poco menos que como un bandido, hasta que reunió un nutrido grupo de seguidores con los que se dirigió a la provincia de la Bética, donde su familia contaba con numerosos aliados, tanto entre las tribus locales como entre los romanos. Con este nuevo ejército no le fue difícil derrotar al gobernador romano, Gayo Carrinas, y hacerse con el control de la provincia.
El 15 de marzo del 44 a. C., César caía asesinado en el Foro, acuchillado por un grupo de conspiradores. Muchos esperaban que la situación política volviese a como estaba antes de la guerra civil, pero el magnicidio sólo desató nuevos combates entre partidarios y detractores de César. Aprovechando el desconcierto, Sexto viajó a Roma a reclamar la herencia paterna, y fue recibido con honores por los miembros del Senado, que lo saludaron como sucesor de su padre y lo nombraron comandante de la flota republicana, con base en Massilia. Pero cuando Octavio, sobrino nieto y heredero de César, alcanzó el consulado, una de sus primeras disposiciones fue proscribir a todos participantes en el asesinato, entre los que se incluyó el nombre de Sexto, pese a que éste no había tenido una participación directa en la conspiración.
Sexto, pese a tener el control de la flota, quedaba en una posición incómoda, ya que los gobernadores de la Galia y de Hispania habían jurado lealtad al recién formado Triunvirato (Octavio, Marco Antonio y Lépido), dejándolo sin una base en tierra firme. Mientras los triunviros derrotaban en Filipos (Macedonia) al ejército comandado por Marco Junio Bruto y Cayo Casio Longino, dos de los asesinos de César, Sexto aprovechaba su superioridad naval para saquear las costas del Mediterráneo Occidental. Con el tiempo, reunió un gran ejército formado por todos aquellos que habían sido declarados enemigos por el Triunvirato y desembarcó en Sicilia, donde no tardó en hacerse con el control de la isla y alcanzar un pacto con el propretor Aulo Pompeyo Bitínico para compartir el gobierno.

Áureo acuñado por Sexto en Sicilia
Mientras los triunviros estaban ocupados enfrentándose a los restos de los conservadores y entre ellos mismos, Sexto Pompeyo aprovechó su abrumadora superioridad naval para conquistar Córcega y Cerdeña y seguir saqueando las costas italianas. El primer intento de desalojarlo, un ejército enviado por Octavio y comandado por Quinto Salvidieno Rufo, fue infructuoso. Sexto estaba en la cúspide de su poder. Cansado de compartir el gobierno, hizo asesinar a Bitínico con la excusa (quizá real) de que conspiraba contra él, y se proclamó, de manera algo presuntuosa, como "Hijo de Neptuno" (Neptuni filius). Además, sin el grano procedente de Sicilia, y con el poderío naval de Sexto, que le permitía interceptar los envíos procedentes de África, Hispania y Oriente, muy pronto Roma se enfrentó al fantasma de la escasez y la hambruna, lo que obligó a los triunviros a pactar con Sexto. El tratado de Miseno (39 a. C.) reconocía a Sexto Pompeyo como señor de Sicilia, Córcega, Cerdeña y el Peloponeso, y le aseguraba el nombramiento como cónsul unos años más tarde y una generosa cantidad de dinero. A cambio, Sexto se comprometía a cesar los saqueos y a permitir el comercio por el Mediterráneo. El pacto se sellaría con la boda de la hija de Sexto, Pompeya Magna, con el sobrino de Octavio, Marco Marcelo. No obstante, pese al acuerdo, las hostilidades no tardarían en reanudarse.
Sexto había cometido un error estratégico al no aprovechar que la atención de Octavio y Marco Antonio estaba centrada en Oriente para consolidar su dominio. Un error que le costaría caro. En el 38 a. C. sufrió un severo revés cuando Menadoro, uno de sus capitanes de confianza y gobernador de Córcega y Cerdeña, se pasó a las filas de Octavio, entregándole no sólo el control de las islas, sino también una parte de la flota de Sexto. Octavio, de inmediato, quiso aprovechar esta ventaja e intentó invadir Sicilia, sin éxito: su flota sufrió una severa derrota en Cumas y sus restos fueron aniquilados en Mesina por una tempestad. Pero, una vez más, Sexto no supo beneficiarse de esta coyuntura y no hizo ningún avance, dejando a sus tropas acantonadas en Sicilia.


Octavio no cejó en su empeño. Negoció con Marco Antonio y Lépido para reunir hombres y barcos para el definitivo asalto a Sicilia. En el año 36 a. C. Octavio y Lépido, apoyados por una flota de Marco Antonio, lanzaron un asalto conjunto a Sicilia. Pese a unos reveses iniciales, la flota de Octavio, bajo el mando de Marco Vipsanio Agripa, destruyó a la flota pompeyana en la batalla de Naulochus mientras las tropas de Lépido desembarcaban en la isla. Sexto se vio obligado a huir a Oriente con los restos de su flota y su ejército. Octavio no le persiguió; estaba demasiado ocupado peleándose con Lépido, que había decidido reclamar para si la posesión de Sicilia (Lépido acabaría perdiendo los territorios que controlaba y pasaría el resto de su vida confinado en Roma).
En las provincias orientales, Sexto quiso aprovechar la debilidad de Marco Antonio, quien había llevado a cabo una desastrosa campaña contra los partos, para desalojarlo del poder. Para ello, negoció con los caudillos tracios e incluso con los mismos partos y logró conquistar varias ciudades de Asia Menor, como Nicomedia, Lámpsaco y Nicea. Pero la llegada de Marco Ticio, legado de Marco Antonio, procedente de Siria, con un ejército y una poderosa flota (reforzada más tarde con el retorno de los barcos que habían combatido en Sicilia) hizo flaquear el ánimo de sus tropas: muchos le recomendaron negociar, a lo que él se negó. Como resultado, buena parte de sus seguidores (incluido su propio suegro, Lucio Escribonio Libón) lo abandonaron. Sexto trató de huir a Armenia pero fue capturado y poco después, ejecutado sumariamente en Mileto, pese a que, como todo ciudadano romano, tenía derecho a ser sometido a un juicio. Nunca se llegó a aclarar si Ticio actuó por su cuenta o si por el contrario seguía órdenes de Marco Antonio.

La Dakota perdida

$
0
0

Dentro de la legislación norteamericana existe la figura del "territorio". El territorio es una división política supervisada directamente por el gobierno federal norteamericano, que no alcanza el estatus de estado de pleno derecho. Dentro de los territorios se distinguen dos tipos:
- Los territorios incorporados, sobre los que el Congreso norteamericano ha decretado que sus habitantes y gobiernos están bajo la jurisdicción de la Constitución y las leyes norteamericanas, por lo que se consideran parte integral de los EEUU. Más de la mitad de los actuales 50 estados fueron originariamente territorios, antes de alcanzar el status de estado. En la actualidad, no hay territorios de este tipo en Estados Unidos; los dos últimos, Alaska y Hawai, se convirtieron en estados en 1959.
- Los territorios no incorporados, que tienen el rango de posesiones, controlados por los EEUU pero que no se consideran parte de ellos, y cuya soberanía está parcialmente compartida con los gobiernos locales. Esta categoría incluye al Estado Libre Asociado de Puerto Rico, la isla de Guam, la Samoa Americana, las Islas Vírgenes Norteamericanas y las Marianas del Norte, además de otros diez pequeños islotes o archipiélagos deshabitados del Caribe y el Pacífico.
El Territorio de Dakota se creó oficialmente el 2 de marzo de 1861. Se trataba de una especie de cajón de sastre donde se agruparon una serie de territorios que habían ido quedando "descolgados" durante la expansión hacia el oeste de las fronteras de los EEUU. Incluía parte del territorio comprado a los franceses en 1803 con la Louisiana; el sur de la llamada Tierra del Príncipe Rupert, cedida a los norteamericanos por los británicos en el tratado de 1818; el territorio entre el río Missouri y la frontera oeste del recién creado estado de Minnesota; y el territorio cedido por los indios sioux nakota al gobierno norteamericano en el Tratado de Yankton (1858).
El territorio resultante sobrepasaba el millón de kilómetros cuadrados y resultaba algo complicado de gobernar, así que muy pronto empezaron a desgajar pedazos de territorio que iban asignando a otras regiones. Casi toda la mitad oeste del territorio fue transferida al Territorio de Idaho en 1863 (en la actualidad forma parte del estado de Montana). A su vez Idaho cedió a Dakota un trozo de territorio de unos 200000 km2 en 1864; una superficie que sería a su vez transferida al Territorio de Wyoming en 1868. Una pequeña zona de terreno al sur fue cedida al estado de Nebraska en 1882.  El territorio restante daría lugar en 1889 a dos estados: Dakota del Norte y Dakota del Sur. Se decidió que fueran dos estados y no uno porque los principales núcleos de población, Bismarck en el norte y Sioux Falls en el sur, estaban separados por ciertos de kilómetros. Además, el Partido Republicano abogó por esta solución porque creía que así podría aumentar su número de representantes en el Congreso y el Senado.


Sin embargo, todos estos movimientos de territorios y traspasos de soberanía habían dejado olvidado un pequeñísimo y despoblado trozo de terreno en la región donde se unían las fronteras de Montana, Idaho y Wyoming. Un diminuto pedazo de apenas treinta kilómetros cuadrados que sería conocido como La Dakota Perdida (Lost Dakota). Una isla en medio de la nada que, al menos sobre el papel, seguía siendo parte de Dakota, aún cuando se encontraba a cientos de kilómetros de su suelo, rodeada por territorios que, legalmente, no tenían jurisdicción alguna sobre ella.
Habría sido un fenomenal lugar para esconderse... si hubiera habido algún lugar donde hacerlo. Lo más seguro es que nunca nadie viviese en ese lugar, que por otra parte era una comarca desolada, agreste y de muy difícil acceso, incluso hoy, sin carreteras ni caminos. Una curiosa anomalía histórica que apenas duró unos años; en 1873, alguien se dio cuenta de su existencia al margen de la ley y fue asignada a Montana, más concretamente, al condado de Gallatin. En la actualidad, forma parte del Parque Nacional de Yellowstone.


La mejor cerveza del mundo

$
0
0

En el pueblo belga de Westvleteren se encuentra la abadía trapense de San Sixto. Este monasterio es famoso por su cervecera, que desde hace más de siglo y medio ha venido elaborando con métodos tradicionales una cerveza que, según buena parte de los entendidos, es una de las mejores, si no la mejor, del mundo entero.
La abadía de San Sixto fue fundada en 1831 por un grupo de monjes trapenses procedentes del monasterio francés de Castberg. Apenas siete años después, en 1838, empezaron a fabricar cerveza en el interior de la abadía. Una cerveza elaborada con una receta propia y que muy pronto se hizo famosa por su calidad, una fama que no tardó en extenderse más allá de los límites de Westvleteren, a pesar de que no fue hasta 1931 cuando empezó a ser vendida al público; hasta entonces, sólo los visitantes de la abadía y unos pocos afortunados habían tenido la oportunidad de disfrutarla.

Abadía de Saint Sixtus (Westvleteren)
La cerveza se elabora siguiendo el método tradicional, con una receta particular celosamente custodiada por los monjes. Se comercializan tres variedades de esta cerveza: la Westvleteren 8, la tradicional, con un 8% de graduación; la Westvleteren 12, fabricada a partir de 1940, con un 10'2 % y elegida en varias ocasiones como "la mejor cerveza del mundo"; y la Westvleteren Blonde, comercializada a partir de 1999 y con un 5'8 % de alcohol. Durante algunos años, también fabricaron dos variedades más suaves, de 4 y 6'2º, destinadas exclusivamente al consumo del monasterio; ambas dejaron de producirse en 1999, sustituidas por la Blonde. La producción es limitada; las tres variedades suman apenas 60000 cajas de 24 botellas cada año, una cantidad constante desde 1946. Pese a la enorme demanda, los monjes no han considerado procedente aumentar la producción, y su venta no sigue los cauces de distribución habituales: la cerveza se vende sólo en la propia abadía, y para ello hay que reservarla previamente por teléfono. Además, para evitar la especulación y para que un número mayor de personas pueda disfrutarla, existe un límite de dos cajas (de 24 botellas cada una) por vehículo (una, si se trata de Wv 12) y sólo se admite un pedido cada dos meses para cada persona, número de teléfono y placa de matrícula. Además, también se puede degustar en el In de Vrede, una cafetería y centro de visitantes gestionado por los propios monjes, donde además de degustar y adquirir la famosa cerveza también se pueden comprar otros productos de la abadía, como quesos o levaduras. En ocasiones extraordinarias, la cervecera monacal ha llegado a acuerdos para comercializar (siempre de manera puntual) sus productos con distribuidoras de renombre, como la cadena de supermercados Colruyt o la importadora norteamericana Sheldon Brothers. También, entre 1946 y 1992, la cervecería St. Bernard, del cercano pueblo de Watou, envasaba una cerveza bajo el nombre de St Sixtus, con permiso de la abadía.


Otro punto curioso es el precio. Pese a la enorme demanda existente, la cerveza se vende a precios más que competitivos: 30 euros la caja de 24 botellas de Blonde, 35 € la de 8 y 40 € la de 12. Esto provoca que a menudo las botellas acaben siendo revendidas, pese a la oposición explícita de los monjes, alcanzando precios estratosféricos. También se han detectado falsificaciones, en las que se venden como Westvleteren otras cervezas de mucha menor calidad. Los beneficios que obtienen los monjes se emplean en el mantenimiento del monasterio y en algunas actividades benéficas para los habitantes del pueblo.
Otra peculiaridad de esta cerveza es que carece de etiquetas. Toda la información que por ley debe incluir la cerveza se encuentra en las tapas de las botellas, de distintos colores según la variedad (azul la 8, amarilla la 12 y verde la Blonde). En algunos países, como los EEUU, son los importadores los que le colocan etiquetas para cumplir con la legislación.


En la factoría trabajan a tiempo completo cinco monjes, mas tres trabajadores seculares contratados. A ellos se les unen otros cinco monjes para echarles una mano durante el embotellado, la época donde hay más trabajo. Una curiosidad es que esta fue una de las escasas cervecerías que no vio incautados sus toneles de cobre durante la Primera y la Segunda Guerra Mundial para ser fundidos y usados en la producción de armamento.
A pesar de la gran popularidad que les ha proporcionado el éxito de su cerveza, los monjes de San Sixto se han mostrado discretos y evitan cualquier publicidad. Rara vez conceden entrevistas y no suelen admitir visitantes no religiosos, a los que por lo general dirigen al centro de visitantes, donde pueden encontrar abundante información sobre la historia del monasterio y su cervecería. Como el prior de la abadía declaró en 1992, al inaugurar la nueva maquinaria de la cervecería, "No somos cerveceros, somos monjes. Fabricamos cerveza para permitirnos poder ser monjes".

Pequeñas historias (IV)

$
0
0
En 1998, un camionero australiano llamado Bill Morgan sufrió un ataque al corazón tras verse envuelto en un accidente de tráfico. Estuvo 14 minutos clínicamente muerto hasta que pudo ser reanimado. Un año después del ataque, pidió en matrimonio a su novia y ella aceptó. Dos semanas después, compró un billete de lotería de "Rasca y Gana" y ganó un coche valorado en 25000 dólares australianos. La cadena de televisión local Melbourne TV, impresionada por su racha de buena suerte, decidió realizar un reportaje sobre su historia, incluyendo una reconstrucción de la compra del billete ganador. Delante de las cámaras, Morgan compró otro billete de lotería en la misma tienda y lo rascó... para descubrir que estaba premiado con 250000 dólares.
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Las llamadas "gotas del Príncipe Rupert" son unas estructuras con forma de lágrima que se forman cuando gotas de vidrio fundido caen en agua fría. Dichas gotas, con un cuerpo redondeado y una larga y fina cola, pueden resistir un martillazo en su parte más ancha, pero sin embargo, si la cola se resquebraja, la gota entera se hace pedazos.
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Una de las consecuencias inesperadas de la guerra de las Malvinas (1982) fue la aparición de santuarios para los pingüinos en los campos minados que las tropas argentinas sembraron mientras ocupaban el archipiélago (se estima que enterraron en torno a 20000 artefactos). Después de que los británicos reconquistaran las islas, se dieron cuenta de que el proceso de desminado era enormemente costoso y laborioso, así que decidieron sencillamente acordonar las zonas minadas y prohibir el acceso de las personas por el riesgo que suponía. Como los pingüinos no son lo suficientemente pesados como para activar los explosivos, se instalaron en las zonas abandonadas, convertidas así en refugios a salvo de la actividad humana. Tan beneficiosos han resultado para las aves (se estima que hoy en día hay en torno a un millón de pingüinos viviendo en las islas) que diversas asociaciones conservacionistas han solicitado al gobierno británico que no retire las minas.
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
En las elecciones presidenciales de Liberia de 1927, el ganador, Charles D. B. King, obtuvo 240000 votos, batiendo ampliamente a su rival, Thomas J. Faulkner, quien sólo consiguió 9000 sufragios. Lo curioso del caso es que, por aquel entonces, sólo había 15000 votantes registrados en todo el país.
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
En 1933, un general retirado del ejército norteamericano llamado Smedley Butler denunció la existencia de un complot (que se conocería como "Business Plot") urdido por varios millonarios y militares con el fin de dar un golpe de estado y deponer al presidente Franklin D. Roosevelt, cuya política del New Deal consideraban perjudicial para sus intereses. Butler testificó ante el Congreso acusando a dos conocidos financieros, Sterling Clark y Gerald McGuire, y a un general retirado, William Doyle, de haber contactado con él para ofrecerle participar en la trama. No obstante, Butler no pudo aportar pruebas de ello, y su denuncia fue desestimada. Hoy en día, la mayoría de los historiadores opinan que el supuesto complot no pasó de ser una idea que circulaba en determinados ámbitos pero que nunca tuvo visos de ser llevada a cabo.
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Cuando en 1881 Ernest Evan Thompson cumplió los 21 años, su padre le entregó una factura con el importe total de los gastos en los que había incurrido con su nacimiento y crianza, incluidos los honorarios del médico que lo había traído al mundo. Thompson pagó la cuenta, pero después se cambió el nombre por el de Ernest Thompson Seton y jamás volvió a dirigirle la palabra a su padre. Con el tiempo, Seton se convirtió en un célebre escritor y fue cofundador junto al general Baden-Powell del movimiento boy-scout.
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
La persona más joven que jamás haya recibido la Medalla de Honor, la más alta condecoración militar estadounidense, fue Willie Johnston, un joven tamborilero que sirvió en el 3º Regimiento de Infantería de Vermont durante la Guerra de Secesión, de tan sólo 11 años. Ya en el siglo XX, el más joven receptor fue el marine Jacklyn Lucas, de 17 años.
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Durante la Segunda Guerra Mundial, el futuro actor Christopher Lee formó parte de las fuerzas especiales británicas y participó en numerosas misiones de infiltración, espionaje y sabotaje. Cuando durante el rodaje de El señor de los anillos le pidieron que gritase en la escena en la que su personaje, Saruman, era apuñalado, él replicó: ¿Tenéis alguna idea del sonido que hace una persona cuando es apuñalada por la espalda? Porque yo si lo se.

Enseñanzas de un campo de batalla

$
0
0
Batalla de Towton (1461)

El 29 de marzo de 1461, domingo de Ramos, los ejércitos de la Casa de Lancaster y la Casa de York se enfrentaron cerca del pueblo de Towton, en el marco de la llamada Guerra de las Dos Rosas. Aquella batalla es considerada la mayor y más sangrienta jamás ocurrida en territorio inglés: las crónicas de la época hablan de entre 50 y 75000 soldados enfrentados (algunos historiadores posteriores elevan el número hasta los 100000) con un resultado estimado de 8000 muertos en el bando de York y 20000 en el de Lancaster. Fue una batalla brutal y sin cuartel, que se prolongó durante horas en un amplio campo abierto, sin apenas vegetación, de más de 2 kilómetros de ancho. Además, una tormenta de nieve y lluvia había transformado el campo en un barrizal con charcos de hasta treinta centímetros de profundidad, lo que entorpecía sobremanera la lucha, convirtiéndola en un penoso cuerpo a cuerpo. La contundente victoria de las tropas de York provocaría la huida a Escocia del rey Enrique VI y la subida al trono, apenas tres meses después, de Eduardo IV, el primer rey de la Casa de York.

Towton Hall
En agosto de 1996, unas obras en Towton Hall, a cierta distancia del campo de batalla, sacaron a la luz bajo su piso una fosa común con los restos de 43 combatientes caídos en la batalla, completos en su mayor parte. Arqueólogos de la Universidad de Bradford se hicieron cargo de las excavaciones y del estudio de los esqueletos (posteriores excavaciones, que continúan hoy en día, tanto en el campo de batalla como en sus proximidades, sacaron a la luz nuevas tumbas y otros restos), que se convirtieron en una magnífica fuente de información sobre los hombres que formaban parte de aquellos ejércitos enfrentados.
Para empezar, aquellos hombres eran altos y fuertes. Pese a la imagen que muchos tienen en mente de los habitantes del medievo como hombres bajos, malnutridos y de dientes podridos, aquellos hombres eran fornidos y su altura media rondaba el metro setenta, habiendo algunos que sobrepasaban los 180 centímetros. El análisis de los huesos demostró que estaban bien alimentados y en buena forma, y su salud dental era más que aceptable.
En varios de los esqueletos se encontró una mayor densidad ósea en el hombro derecho y en el codo izquierdo, lo que se atribuye a un entrenamiento continuado en el uso del arco. Además, uno de los esqueletos mostraba en el codo una fractura por avulsión, causada cuando un ligamento o tendón arranca un fragmento de hueso. Es típica de atletas jóvenes, por lo que se cree que el entrenamiento de este arquero comenzó muy joven, quizá con sólo 12 o 13 años. También se hallaron en algunos de los esqueletos nódulos de Schmorl, unas protusiones en los discos intervertebrales relacionadas con esfuerzos continuados y levantamiento de grandes pesos.
Varios esqueletos mostraban heridas antiguas ya curadas, lo que confirma que se trataba de soldados veteranos con experiencia en anteriores combates. Además, el hecho de que hubieran sanado sus heridas para volver al combate indica que la medicina de la época, si bien no era muy avanzada, si era lo suficientemente eficaz como para salvar a un soldado herido y hacer que se recuperara con pocas o ninguna secuela. Historiadores de la época cuentan que ambos bandos tenían equipos médicos móviles que atendían a los heridos en el mismo campo de batalla.
El rango de edades era variado, pero no se han encontrado ni adolescentes ni ancianos. Los más jóvenes tendrían 17-18 años y los mayores, en torno a 50. Unido a su buena forma y a las antiguas heridas, lleva a pensar que el grueso de los ejércitos estaba formado por soldados profesionales y no por aldeanos reclutados.


Los dos ejércitos estaban muy bien equipados, tanto en el aspecto ofensivo como en el defensivo. Espadas largas y cortas, hachas de petos, mazas de combate, dagas, cuchillos, escudos de distinto tamaño. En lo defensivo, en torno a una cuarta parte llevaban armaduras metálicas, pero la mayoría de los combatientes tenían algún tipo de traje protector, hecho de cuero o de lana gruesa. En una de las excavaciones se halló lo que parece ser un fragmento de una primitiva arma de fuego, que se dispararía apoyada en un soporte de madera o un pequeño carro. Un hallazgo sorprendente, ya que no había constancia del uso tan temprano de la pólvora, y que adelanta en al menos treinta años la fecha de aparición de las armas de fuego en Inglaterra. En resumen, nada que ver con las masas de hombres desprotegidos y armados con palos y aperos de labranza que se ven en algunas representaciones de batallas de la Edad Media.
Los equipos de unos y otros no diferían demasiado. No existían uniformes, tal y como hoy los concebimos, y los soldados se identificaban con brazaletes de distinto color, lo que seguramente creaba confusión durante la batalla, sobre todo en un campo cubierto de barro. En una de las excavaciones se hallaron dos soldados de Lancaster que, aparentemente, se habían matado el uno al otro. También es cierto que en las fosas comunes en las que se sepultó a los muertos no se hicieron distinciones y los soldados de ambos bandos fueron enterrados juntos.
Los hombres de la fosa común habían sido enterrados sin sus armaduras, pero se encontraron abundantes restos en el campo de batalla, señal de que muchos combatientes se despojaron de ellas, bien porque les entorpecían para pelear en el campo embarrado, bien para huir con mayor presteza tras la batalla.
Tres de los cadáveres encontrados parecen corresponder, por sus ropajes, a monjes o sacerdotes. Uno de ellos tenía a su lado una espada, lo que sugiere que los religiosos que acompañaban a los ejércitos, lejos de limitarse a cumplir con sus deberes sacerdotales, también participaban de manera activa en los combates.
Un número desproporcionado de los caídos mostraba heridas en la cabeza (27 cráneos de la fosa original tenían daños). El individuo identificado como Towton 25 tenía ocho heridas (alguna de ellas infligida con una brutal ferocidad) y Towton 32, 13. Esto puede deberse a que los soldados estaban entrenados para atacar a sus enemigos en la cabeza, donde era más sencillo lograr una herida fatal; o bien porque aplastaban las cabezas de sus enemigos caídos para asegurarse de que estaban muertos. Además, algunos de esos cráneos mostraban daños en la región nasal y auditiva, lo que sugiere la posibilidad de que los vencedores se dedicaron a mutilar las narices y orejas de los muertos, quizá como macabro trofeo.

Towton 25

El bandolero Diego Corriente

$
0
0
Diego Corriente (1757-1781)

La azarosa y folletinesca vida del bandolero Diego Corriente Mateos comienza el 20 de agosto de 1757 en Utrera (Sevilla), en el seno de una humilde familia de campesinos. Ocho días más tarde sería bautizado en la iglesia del Señor Santiago, con los nombres de Diego Francisco Bernardo.
Se echó al monte muy joven; si lo hizo por rebelarse contra los abusos de los poderosos, por afán de aventura o por simple codicia, sólo lo podemos especular. Con 19 años ya era un consumado ladrón de caballos, que luego llevaba de contrabando a Portugal para venderlos. De ahí a convertirse en bandolero y asaltante de caminos sólo había un paso, y Diego no tardó en darlo.
No muy alto (sobre metro setenta), de tez clara, rubio y de ojos pardos, con las típicas patillas tan comunes en la época, la cara marcada por la viruela y la cicatriz de una cuchillada en el lado derecho de la nariz, Diego Corriente se convirtió pronto en un héroe para el pueblo llano y una pesadilla para las autoridades. Audaz y osado hasta la temeridad, inteligente, hábil, infatigable, Diego Corriente tenía además por norma robar sólo a los ricos y entregar parte de lo robado a los más pobres, especialmente a humildes campesinos que corrían el riesgo de ver embargadas sus tierras. Sobra decir que este comportamiento le granjeó el apoyo y el cariño de las clases populares, que a menudo lo ayudaban dándole cobijo o información para sus golpes. Golpes que, además, llevaba a cabo de manera absolutamente incruenta; jamás se supo que hubiera matado a nadie durante sus robos.
Pero, así como tenía numerosos aliados y colaboradores, también tenía enemigos feroces dispuestos a capturarlo y llevarlo ante la justicia. Y el más encarnizado e implacable de todos fue Francisco de Bruna. Francisco de Bruna y Ahumada, oidor decano de la Real Audiencia de Sevilla, teniente de alcaide de los Reales Alcázares, miembro del Consejo de Hacienda y del Consejo de Castilla, marqués consorte de Chinchilla, era uno de los hombres más poderosos de Sevilla en aquellos días, y persiguió a Diego Corriente sin descanso durante años. La raiz de tal ensañamiento es todavía oscura. La tradición habla de cierta ocasión en que Diego Corriente detuvo la diligencia en la que viajaba don Francisco y, llevado por su altanería y desparpajo, obligó al poderoso caballero a atarle el botín derecho, que llevaba desatado. Otros hablan de unos supuestos amoríos del bandolero con una sobrina de don Francisco. Sea como fuere, Francisco de Bruma promulgó en Sevilla un edicto en el que se condenaba a Corriente a ser arrastrado, ahorcado y descuartizado por "salteamiento de caminos, asociación con otros, uso de armas blancas y de fuego, y otros graves excesos, insultos a las Haciendas y cortijos y otros graves excesos por los cuales se ha constituido en la clase de Ladrón Famoso", ofreciendo además recompensas e indultos a quien lo entregara.
A Diego Corriente no le impresionó demasiado el edicto; cuentan que incluso se atrevió a arrancar en persona algunas de las copias del edicto que se habían fijado en lugares públicos de la provincia. Sin embargo, ante el continuo acoso de los hombres enviados por el persistente magistrado y de los aventureros atraídos por la recompensa de diez mil reales que se ofrecía por su captura, el bandolero juzgó sensato cambiar de aires y huyó a Portugal, donde sería arrestado por primera vez en las cercanías de la ciudad de Covilhã. No obstante, logró escapar de esa primera captura convenciendo a sus guardias portugueses de que lo dejaran ir. Pero no tardó mucho en volver a ser apresado, esta vez, al parecer, denunciado como venganza por una amante celosa, que reveló a las autoridades que Diego estaba escondido en el cortijo de Pozo del Caño, a mitad de camino de las localidades de Olivenza y San Jorge de Alor, entonces portuguesas y hoy españolas. El cortijo no tardó en ser rodeado por un centenar de soldados portugueses al mando del capitán Arias, que obligaron al forajido a entregarse.


Una vez detenido, Diego Corriente no tardó mucho en ser entregado a las autoridades españolas. Al parecer, el mismísimo Secretario de Estado, don José Moñino y Redondo, conde de Floridablanca, intervino en el proceso para agilizarlo. Trasladado primero a una cárcel de Badajoz, posteriormente es llevado a Sevilla. El 25 de marzo de 1781, Domingo de Ramos, Diego Corriente llega a la ciudad.
Cinco días estuvo encerrado en Sevilla Diego Corriente, pero le bastaron para dejar huella en el lugar. Una de sus peticiones, que el alcaide de la prisión aceptó, fue la de comer acompañado, ya que le disgustaba hacerlo en soledad. Por ello, siempre había con él dos o tres soldados de la guardia compartiendo la comida y el vino que la familia del bandolero le llevaba al presidio.
Diego Corriente fue ahorcado en la plaza de San Francisco el día 30 de marzo, sin haber llegado a cumplir los 24 años. A tal punto llegaba la inquina de don Francisco de Bruna, que la ejecución tuvo lugar un Viernes Santo, sin guardar el más mínimo respeto por las celebraciones religiosas que se llevaban a cabo ese día, e incluso transgrediendo la legalidad, ya que una antigua ley de la época de Alfonso X prohibía terminantemente ejecutar la pena de muerte en Viernes Santo. La última voluntad del bandolero fue que se repartiera algo de pan en su nombre a los presos que quedaban en la prisión sevillana en la que había estado recluido.
Tras su muerte, cumpliendo la pena a la que había sido condenado, su cadáver fue descuartizado. Su tronco fue sepultado en la iglesia de San Roque, sus brazos y piernas repartidos para ser exhibidos en los lugares en los que había cometido sus fechorías, al igual que su cabeza, exhibida en el interior de una jaula. Posteriormente, sus restos serían recogidos y enterrados en la iglesia junto al resto de su cuerpo. En junio de 1975, durante unas obras en la iglesia, se halló una calavera atravesada con un clavo, como lo había sido la del famoso bandido, pero posteriormente se perdió y no hubo manera de comprobar si efectivamente aquel era el cráneo del bandido generoso.

Pray for Paris

La trágica Fastnet Race de 1979

$
0
0

La Fastnet Race es una de las regatas de yates en mar abierto más antiguas y con mayor prestigio del mundo. Se celebró por primera vez en 1925, con sólo siete participantes, y fue anual hasta 1931; a partir de ese año pasó a celebrarse cada dos años y sólo la Segunda Guerra Mundial interrumpió su disputa.

Fastnet Rock
El recorrido parte del puerto de Cowes, en la isla de Whight, y bordea la costa sur de Gran Bretaña hacia el oeste. Luego, cruza el llamado Mar Céltico hasta las costas de Irlanda, donde los participantes tienen que rodear Fastnet Rock, un desolado islote con un faro que es el punto más al sur del territorio irlandés, para luego volver hacia Gran Bretaña, rodeando el archipiélago de las Sorlingas y terminando en el puerto de Plymouth. En total, 608 millas náuticas (unos 1126 kilómetros). Su disputa no ha estado exenta de accidentes  y siniestros, aunque nada comparable con la trágica edición de 1979.


Todo comenzó el 9 de agosto de 1979. Un pequeño frente de bajas presiones comenzó a formarse en Norteamérica, sobre la región de los Grandes Lagos. Conforme el frente crecía y se fortalecía, se iba desplazando hacia el este, en dirección al Océano Atlántico. Al día siguiente, la tormenta llegó al mar, tras haber dejado dos personas muertas y numerosos daños materiales en Nueva Inglaterra. El mediodía del lunes 13 de agosto, día en que se dio la salida de la Fastnet Race, el frente se hallaba a varios cientos de millas al suroeste de las costas irlandesas, y para los meteorólogos británicos no suponía una amenaza para el desarrollo de la regata. Para el transcurso de ésta, la previsión de los servicios meteorológicos era de vientos de fuerza 4-5 que podían incrementarse hasta fuerza 6-7.No obstante, el frente tormentoso incrementó su intensidad de una manera que nadie podía prever.
Entre los días 13 y 14 de agosto, los yates participantes en la regata se vieron sorprendidos por la súbita aparición de la tormenta, con vientos de fuerza 10 y 11 y olas gigantescas, cuando estaban en mar abierto camino de Irlanda, sin puertos cerca en los que refugiarse. De inmediato se dio la alarma y se inició un enorme dispositivo de búsqueda y rescate en el que participaron más de 4000 personas, el mayor en tiempos de paz. Las fuerzas navales y aéreas de Irlanda e Inglaterra, mercantes, barcos privados, un buque de la Armada holandesa (el destructor HNLMS Overijssel) y otro de la marina norteamericana (el buque nodriza de submarinos USS Holland), fueron movilizados para acudir en ayuda de los regatistas.


De los 303 yates participantes, cinco se hundieron y 23 fueron abandonados a la deriva por sus tripulaciones. Un centenar llegaron a verse tan comprometidos por el embate de los elementos que incluso tocaron el agua con sus mástiles, y 75 volcaron completamente, quedando con la quilla al aire. Pese al esfuerzo de las fuerzas de rescate, diecinueve personas murieron ahogadas: quince eran regatistas y cuatro, tripulantes de un yate que seguía la regata pero no participaba en ella. Sólo 86 barcos de los 303 pudieron completar la regata, cuyo vencedor fue el barco norteamericano Tenacious, propiedad del magnate de los medios de comunicación Ted Turner, quien también lo patroneaba.
La tragedia de la Fastnet Race de 1979 obligó a revisar y modificar las normas de seguridad que hasta aquel momento regían la travesía. Muchos de los yates participantes eran claramente inapropiados para soportar travesías complicadas en mar abierto, y de la misma manera muchos de sus tripulantes eran aficionados sin experiencia navegando lejos de la costa. Además, las medidas de seguridad brillaban por su ausencia y muchos de los barcos más pequeños no tenían sistema de posicionamiento alguno más allá de los mapas náuticos y sus propios cálculos. En las siguientes ediciones, los requisitos para participar se volvieron mucho más estrictos para prevenir tragedias como la ocurrida ese año. Ahora sólo se permite la participación de tripulantes que hayan pasado un curso de supervivencia en el mar y los capitanes deben poder demostrar experiencia como navegantes. También se presta una especial atención a la estabilidad de los barcos y a las condiciones meteorológicas, llegando a haber ediciones en las que la salida ha sido pospuesta varios días.

Monumento en memoria de los fallecidos, en Cape Clear Island (Irlanda)

Placa en memoria de los fallecidos en la Iglesia de la Sagrada Trinidad en Cowes

El Regimiento 442 (I)

$
0
0
Insignia del 442 Regimental Combat Team

Tras el ataque japonés a Pearl Harbour en diciembre de 1941, se extendió por todo Estados Unidos una ola de paranoia y odio a Japón que hacía que cualquier ciudadano de origen nipón fuese visto por el resto de la ciudadanía como un potencial espía o agente enemigo. Unos prejuicios azuzados por la prensa y que llevaron al presidente Franklin D. Roosevelt a tomar una de las medidas más ignominiosas de la historia estadounidense: el 19 de febrero de 1942 firmaba la llamada orden ejecutiva 9066 que autorizaba la creación de áreas vigiladas por el ejército y bajo la jurisdicción del Secretario de Defensa en las que estaba restringido el derecho de las personas a moverse con libertad. En la práctica, la orden sirvió para recluir en campos de internamiento a aquellos ciudadanos considerados "sospechosos", es decir, a aquellos de origen japonés. Entre 110000 y 120000 ciudadanos (en todo el territorio continental de EEUU había unos 127000, la mayoría en la Costa Oeste) fueron obligados a abandonar sus hogares e instalarse en alguno de los 10 campos que se crearon ex-profeso. De ellos, apenas 30000 habían nacido en Japón; el resto eran nisei (Hijos de emigrantes pero ya nacidos en EEUU) y sansei (americanos de tercera generación). La mayoría se vieron obligados a malvender sus hogares y posesiones, y los que no lo hicieron vieron cómo sus propiedades eran usurpadas por sus vecinos o incautadas por el Gobierno. Además, también fueron a parar a esos campos miles de ciudadanos de origen japonés de países latinoamericanos (Perú, México, Panamá, Venezuela, Colombia, Bolivia, Ecuador...) que habían llegado a acuerdos con el gobierno norteamericano. Los únicos que se negaron a tales acuerdos fueron Argentina, Chile y Paraguay.
La excepción fue Hawai. En aquel territorio los ciudadanos de origen nipón suponían un tercio de la población, más de 150000 personas, y su internamiento, además de ser extremadamente costoso y logísticamente muy complicado, habría hundido la economía de las islas. Por ello se limitaron a declarar la ley marcial en todo el territorio. Dada la escasez de efectivos, también se permitió a los hawaianos de origen japonés permanecer formando parte de la Guardia Nacional de Hawai (un cuerpo de reserva formado por voluntarios); una de las primeras medidas tomadas por el Secretario de Defensa había sido prohibir el alistamiento de los americanos de ascendencia japonesa y licenciar a los que ya estaban en el ejército. Sin embargo, el teniente general Emmons, comandante del ejército en Hawai, no se fiaba del todo de esos soldados, y recomendó trasladarlos a territorio continental. Así, los soldados de origen nipón de los regimientos de infantería 298º y 299º (un total de 1432 hombres) fueron agrupados en el llamado Batallón Provisional Hawaiano y enviados al Campo McCoy (Wisconsin) a principios de junio de 1942. Poco después la unidad sería renombrada como 100º Batallón de Infantería.

El emblema y la insignia del 100º Batallón
En Wisconsin fueron recibidos con desconfianza, cuando no con abierta hostilidad, por el resto de soldados y las autoridades locales. Sabedores de que su lealtad era cuestionada, los soldados del 100º Batallón se esforzaron en demostrar que eran tan dignos como cualquier otro de formar parte del ejército y superaron con brillantez el entrenamiento al que fueron sometidos; cinco de ellos, incluso, fueron condecorados por rescatar a varios civiles que corrían el riesgo de ahogarse en un lago.
En enero de 1943, el 100º Batallón fue enviado a Camp Shelby (Mississippi) para recibir entrenamiento avanzado, teniendo que soportar el mismo recibimiento hostil que habían sufrido en Wisconsin. Sus excelentes resultados llevaron a Roosevelt a levantar el veto al alistamiento de los nipo-americanos el 1 de febrero de 1943 y a aprobar la formación de una unidad de combate compuesta exclusivamente con estos soldados. Sólo en Hawai se presentaron más de 10000 voluntarios (en el continente sólo lo hicieron unos 1200; muchos prefirieron quedarse cuidando de sus familias en los campos de internamiento). Finalmente, unos 3800 hombres (3000 de ellos hawaianos) fueron elegidos para formar el 442º Infantry Regimiental Combat Team, que incluía al Regimiento 442º de Infantería (con tres batallones), el batallón 552º de Artillería de Campo, la 232ª Compañía de Ingenieros y varias unidades auxiliares, todas ellas formadas íntegramente por soldados de origen japonés. Como lema de la unidad eligieron "Go for Broke" ("Ir a por todas").
El 442º y el 100º Batallón coincidieron brevemente en Camp Shelby. Los soldados de ambas unidades habían pedido ser enviados al frente lo antes posible, e incluso se habían ofrecido voluntarios para ir a combatir contra las tropas japonesas, pero sus superiores no lo encontraron adecuado y prefirieron enviarlos al frente europeo (unas precauciones que no se tomaron con los soldados de origen italiano o alemán). Al final, sólo un puñado de soldados de origen japonés serían destinados al Pacífico, para actuar como traductores o agentes de inteligencia.


En agosto de 1943, el 100º Batallón (que había elegido como lema "Recordad Pearl Harbor") fue enviado a Europa, mientras el 442 proseguía su entrenamiento. El 2 de septiembre llegaban a Argelia, asignados al 133º Regimiento de Infantería, y el 19 de septiembre desembarcaban al sudeste de Nápoles con el resto de la 34ª División del ejército norteamericano. Su bautismo de fuego tuvo lugar diez días después, tomando Benevento, un estratégico nudo de comunicaciones, bajo un intenso fuego de artillería. Tomaron parte luego en el sangriento asalto a Monte Cassino, a partir de enero de 1944. Allí tuvieron que soportar durísimos combates, asaltos a posiciones fortificadas, y empezaron a ganarse fama de ser una unidad dispuesta a combatir en cualquier situación y a asumir los mayores riesgos. Eso si, a un coste muy elevado: las bajas (muertos y heridos) redujeron el batallón original de 1300 soldados a apenas 500, obligando a traer refuerzos desde Camp Shelby. El elevado número de bajas hizo que el batallón empezara a ser llamado "el batallón de los Corazones Púrpura" (el Corazón Púrpura es la condecoración que el ejército norteamericano concede a los soldados muertos o heridos en combate).
Después de Monte Cassino vino la batalla de Anzio, donde las tropas alemanas tenían cercadas a los norteamericanos que habían desembarcado en enero. El 100º Batallón, junto al resto de la 34ª División, ayudó a romper el cerco alemán y luego continuó su avance hacia el norte, hacia Roma, siempre en vanguardia, despejando la ruta para las tropas que venían detrás. Pero, el 10 de junio de 1944, cuando se encontraban a apenas quince kilómetros de la capital, tras eliminar el último reducto de resistencia alemana, los hombres del 100º Batallón recibieron la orden de detenerse y esperar nuevas instrucciones. Allí tuvieron que ver cómo el resto de las tropas llegaba a Roma para participar en el victorioso desfile por sus calles. El general Mark Wayne Clark, comandante en jefe del 5º Ejército de los EEUU, había dado la orden personalmente, ya que al parecer no quería japoneses en "su" desfile. Una decisión que creó no poca polémica, incluso entre los que menos apreciaban a los hombres del 100º, ya que habían hecho méritos más que de sobra para estar presentes.


Los hombres del 100º Batallón no llegarían a entrar en Roma. En su lugar, fueron llevados en camiones a Civitavecchia, donde se reunieron con el 442º Regimiento, llegado días antes a Italia. El 100º Batallón pasó entonces a formar parte del 442, pero, dado sus méritos de combate, se le permitió conservar su denominación original y sus emblemas. La nueva unidad, bajo el mando del coronel Virgil Miller, entró en combate poco después; los días 26 y 27 de junio desalojó a los alemanes de Belvedere, en una brillante acción que le valió a la unidad una Presidential Unit Citation. A continuación siguieron hacia el norte, tomando las localidades de Sasetta y Cecina y dirigiéndose al río Arno. Entre los días 2 y 7 de junio, los hombres del 442 tomaron con gran esfuerzo dos posiciones alemanas estratégicas, la llamada Colina 140 y el pueblo de Castellina Marittima. Los combates continuaron varias semanas mas; cada pueblo antes de llegar al Arno era defendido con ferocidad por los alemanes, y hasta el día 25 de julio no cesó la resistencia. En los algo más de 300 kilómetros recorridos desde Roma el 442º Regimiento había sufrido 1272 bajas, de ellas 256 muertos, lo que hizo necesario la llegada de nuevos refuerzos desde EEUU. Aún así, se dieron casos de soldados heridos que huían de los hospitales sin recibir el alta médica para volver con su unidad.
A finales de agosto de 1944, el 442º Regimiento estaba apostado en la orilla norte del Arno, custodiando los puntos en los que estaba previsto construir puentes para que las tropas aliadas pudieran cruzar el río. El 11 de septiembre fueron separados oficialmente de la 34ª División y asignados a la 36ª para colaborar en la liberación de Francia, salvo la Compañía Antitanque, que fue enviada como refuerzo para el 571º Regimiento de Infantería Aerotransportada, que acababa de desplegarse en el sur. Trasladados a Marsella y tras remontar la cuenca del Ródano, volvieron a la acción en la toma de Bruyères.


Bruyères era un estratégico pueblo en la cordillera de los Vosgos, en el camino directo a Alemania. Sabiendo que era una de las últimas barreras para los aliados antes de llegar a territorio alemán, Hitler había dispuesto una nutrida defensa por toda la región, con numerosas posiciones fortificadas. Bruyères estaba custodiada por cuatro de estas posiciones, llamadas Colina A, B, C y D, todas fuertemente defendidas con artillería y ametralladoras, y con tropas de élite de la Wehrmacht y los Panzergrenadier. La operación, llevada a cabo por los regimientos 142 y 442, se vio además dificultada por el terreno y el clima (bosques, desniveles pronunciados, barrizales, lluvia intensa y bancos de niebla). Aún así, el 18 de octubre eran tomadas las colinas A y B, y a continuación se ocupaba Bruyères. Más difícil fue hacerse con las colinas C y D, que fueron tomadas, reconquistadas por los alemanes en un contraataque y vueltas a tomar por los americanos. Y, mientras el grueso del 442 se dedicaba a asegurar el pueblo, limpiar los campos de minas y desmantelar las fortificaciones alemanas, el 100º Batallón recibió la orden de ocupar la pequeña aldea de Biffontaine, distante apenas 6 o 7 kilómetros.
Aunque aparentemente las tropas alemanas se habían retirado del pueblo, al poco de llegar a Biffontaine el batallón se vio sorprendido por un contraataque alemán que rodeó el lugar, dejándolos aislados. Durante dos días, el 22 y el 23 de octubre, el 100º Batallón resistió los continuos ataques alemanes, luchando casa por casa sin descanso, hasta que pudo recibir ayuda de su regimiento. Esta acción le valió a la unidad su segunda Presidential Unit Citation. Su siguiente parada fue Belmont, donde todavía quedaban algunos reductos de resistencia. Y varios días después les llegó la orden para su misión más controvertida y que más fama les daría: el rescate del Batallón Perdido.

El Regimiento 442 (II)

$
0
0

El 23 de octubre el 141º Regimiento de Infantería, bajo el mando del coronel Lundquist, lanzó un ataque contra la línea defensiva establecida por los alemanes entre Biffontaine y Rambervillers. El día 26 parte del 1º Batallón del regimiento, que cubría el flanco derecho de la ofensiva, avanzó demasiado y quedó aislado del resto de su unidad, viéndose rodeado por tropas enemigas en un valle entre Biffontaine y La Houssiere. Inmovilizados en un espeso bosque, se vieron obligados a resistir los ataques de las tropas alemanas de élite, los batallones 201º y 202º de Gebirgsjäger (cazadores de montaña), más numerosas y con una posición ventajosa, mientras esperaban ayuda. Sabedor de su situación, el día 27 el general John E. Dahlquist, comandante de la 36ª División, ordenó al 442 romper el cerco y rescatar a los hombres del llamado Batallón Perdido.
Las condiciones a las que se tuvieron que enfrentar los hombres del regimiento eran más que difíciles. Las tropas alemanas, expertas y bien entrenadas, estaban atrincheradas en posiciones elevadas, apoyadas por artillería, ametralladoras y francotiradores. Para llegar a ellas había que vencer un pronunciado desnivel, cruzar la espesura del bosque, caminos embarrados y soportar unas condiciones climatológicas adversas, con lluvia continua y densos bancos de niebla. Las órdenes de Dahlquist causaron malestar en el regimiento. El general había sido también el responsable de dar orden de ocupar Biffontaine, una aldea sin importancia estratégica y fuera de la zona de cobertura de la artillería aliada, que tantos problemas había causado al 100º Batallón. Los soldados del 442 empezaron a creer que Dahlquist sólo los usaba como carne de cañón para no tener que sacrificar a soldados blancos. Sus oficiales, en su mayor parte no japoneses, se quejaron al general, haciéndole ver que un ataque como el que planteaba causaría muchas más bajas que soldados iba a salvar. No obstante, Dahlquist se mantuvo en sus trece. Ni siquiera quiso replantear su decisión cuando el teniente Allan Ohata se negó a conducir a sus hombres a un asalto frontal a una de las posiciones, por considerarlo una misión suicida, una decisión que pudo costarle a Ohata un consejo de guerra (aunque el general no quiso tomar represalias y Ohata acabaría recibiendo la Medalla de Honor años después). La situación del Batallón Perdido se agravaba; los intentos de hacerles llegar comida y municiones mediante paracaídas había fracasado. Finalmente, los hombres del 442 lograron romper las líneas alemanas, tomar sus posiciones (con asaltos frontales a punta de bayoneta; para los alemanes tuvo que ser cuando menos confuso verse atacados por tropas orientales que cargaban contra ellos al grito de ¡Banzai!) y rescatar a los hombres del Batallón el 30 de octubre, pero a un elevadísimo coste: para salvar a los 211 supervivientes, el 442 perdió a más de 800 hombres entre muertos, heridos y prisioneros (42 de ellos fueron a parar al campo de Stalag VII-A en Moosburg y permanecieron allí hasta el final de la guerra).

Hombres del 442º en las cercanías de Saint-Die (noviembre de 1944). De izquierda a derecha, el sargento primero Yukio Okutsu, el soldado de primera clase Shigeru Suekuni, el sargento Albert Ichihara, el sargento Michio Takata y el teniente Joseph Hill
El 442º siguió en primera línea de combate hasta el 17 de noviembre, en que fue tomada la ciudad de Saint-Die. De los 2943 soldados y oficiales de que constaba la unidad cuando el 13 de octubre había sido asignada a la 36ª División, ahora apenas quedaban 800 en condiciones de pelear. Durante aquel mes escaso, habían tenido 140 muertos y más de 1800 heridos. Hasta el propio Dahlquist se sorprendió de las bajas cuando quiso pasar revista a la unidad y preguntó por qué no estaban presentes todos los hombres; tuvieron que aclararle que esos eran, efectivamente, todos los hombres de los que disponía el regimiento. La Compañía K sólo tenía 18 hombres (de los 186 con que contaba en un principio); la Compañía I (que tenía originariamente 185 militares), sólo ocho. De los 1432 efectivos que formaban inicialmente el 100º Batallón quedaban 239 soldados y 21 oficiales. El 2º Batallón había perdido 316 soldados y 17 oficiales, ninguna de las compañías del 3º Batallón tenía más de 100 hombres disponibles... No es de extrañar que los hombres del 442 le guardasen ojeriza a Dahlquist durante mucho tiempo. Años más tarde, el general se encontró en una ceremonia con Gordon Singles, oficial del regimiento que había ascendido hasta ser teniente coronel. Dahlquist quiso estrechar su mano para cerrar viejas rencillas... Singles se limitó a saludarlo, como dictaba el protocolo militar, y rechazó la mano que el general le tendía.
Después de la agotadora y complicada campaña de los Vosgos, el siguiente destino del 442 fue casi unas vacaciones. Fueron enviados a la Riviera francesa, a vigilar una sección de la frontera franco-italiana, permaneciendo allí cuatro meses. Pese a algunos sobresaltos y alguna baja (causadas en escarceos con patrullas alemanas aisladas o por la explosión de minas) aquellos meses supusieron un remanso de paz que les permitió recuperar a algunos de los heridos e ir acoplando al grupo a nuevos soldados enviados desde EEUU. Humorísticamente, llamaron a aquellos cuatro meses como la "Campaña del champán". Incluso llegaron a capturar un Biber, un pequeño submarino monoplaza alemán destinado al ataque a buques cerca de la costa.
El regimiento volvió al frente a finales de marzo de 1945, siendo enviado a Italia. La excepción fue su batallón de artillería de campo, el 522, que fue separado de la unidad y enviado al norte, a territorio alemán, para ayudar a la 63ª División a combatir en la Línea Sigfrido (fueron los únicos soldados nisei que llegaron a pisar suelo alemán). Allí se convirtió en una unidad móvil de refuerzo, asignado sucesivamente a distintos regimientos en su avance por Alemania. Fueron ellos los que liberaron el campo de concentración de Kaufering IV Hurlach, uno de los muchos campos satélites dependientes del campo de Dachau, donde se encontraban mas de 3000 prisioneros. Tras la rendición alemana, el 522 permaneció en la ciudad bávara de Donauwörth, realizando labores de seguridad, hasta que fue repatriado a EEUU en noviembre de 1945.


El resto del 442 fue incorporado a la 92ª División, que peleaba por romper la Línea Gótica, la última línea defensiva alemana en Italia. Una pintoresca amalgama de tropas: junto a la 92 (una unidad compuesta fundamentalmente por afroamericanos), combatían tropas coloniales francesas e inglesas (subsaharianos, magrebíes, hindúes, gurkhas nepalíes, árabes y judíos de Palestina), unidades de exiliados polacos, griegos y checos, y hasta la Fuerza Expedicionaria Brasileña. La Línea Gótica, construida aprovechando la barrera natural que suponían los montes Apeninos, había detenido durante cinco meses el avance del Quinto Ejército. El plan del general Clark era que la 92, reforzada con el regimiento 442, lanzase un ataque en el flanco izquierdo de la Línea, para desviar la atención de los alemanes y permitir así al VIII Ejército cruzar el río Senio en el flanco derecho, para que luego el V Ejército cayese sobre el flanco izquierdo.
El plan funcionó mejor de lo esperado. El 442 tenía asignadas una serie de posiciones alemanas que debía tomar de manera sucesiva. El primer asalto, llevado a cabo en la mañana del día 5 de abril, logró tomar los dos primeros objetivos en apenas media hora. El contraataque alemán fue repelido, y aprovechando la confusión, una tercera fortificación alemana era tomada. El 442 siguió avanzando con una rapidez pasmosa los siguientes días, tomando una tras otra las posiciones alemanas. Lo que se suponía iba a ser un ataque de distracción había desembocado en una ofensiva total. Ante el imparable avance de los aliados, el 17 de abril los alemanes abandonaban la Línea Gótica y se concentraban en los alrededores de la ciudad de Aulla, disponiendo una última posición defensiva en Monte Nebbione. En esta última acción también tuvo un papel destacado el 442, que colaboró en la toma de las posiciones cercanas a las defensas alemanas. El 25 de abril Aulla caía en manos de los aliados, cortándole la retirada a los alemanes, que comenzaron a rendirse en grandes grupos. Finalmente, el 2 de mayo de 1945 lo que quedaba del ejército alemán en Italia se rendía de manera oficial.

Soldado de Primera Clase Sadao Munemori (1922-1945), el único soldado norteamericano de origen japonés que recibió la Medalla de Honor durante la Segunda Guerra Mundial
Después de la guerra, el 442 fue disuelto en 1946, aunque sería reconstruido en 1947 pasando a formar parte de la Reserva, con base en Fort Shafter (Hawai). Durante la Guerra de Vietnam estuvo en la Reserva Estratégica, aunque no llegó a ser desplegado, y en 2004 fue movilizado en Iraq, donde perdió a cinco hombres; aunque en la actualidad ya no está formado por soldados de origen japonés.
Durante la Segunda Guerra Mundial, en torno a 14000 soldados formaron parte, en los distintos reemplazos, del regimiento 442 o del 100º Batallón. Un número elevado, pero lógico si tenemos en cuenta que todos los nisei y sansei que se alistaron fueron destinados únicamente a esta unidad. De ellos, 650 murieron, 3713 resultaron heridos (muchos en más de una ocasión) y 67 declarados desaparecidos en combate. Pero además el 442 se convirtió en la unidad más laureada de todo el ejército norteamericano durante la guerra. Aquellos hombres recibieron un total de 18143 medallas y distinciones. Unas distinciones que incluyen:
- 21 Medallas de Honor. La mayor parte de ellas fueron reconocidas a partir del año 2000, después de que una revisión de las actuaciones de los miembros del regimiento concluyera que sus méritos habían sido valorados por debajo de su verdadera valía, lo que hizo que numerosas condecoraciones fueran revisadas al alza.
- 52 Cruces de Servicios Distinguidos
- 1 Medalla de Servicios Distinguidos
- 560 Estrellas de Plata
- 4000 Estrellas de Bronce
- 22 Medallas de la Legión al Mérito
- 15 Medallas del Soldado
- 9486 Corazones Púrpura
Además, a estas condecoraciones hay que sumar numerosos homenajes y distinciones no militares. En 1962, los supervivientes del 442 fueron nombrados "Texanos Honorarios" por el gobernador de Texas por su labor en el rescate del Batallón Perdido (el regimiento 141 formaba parte de la Guardia Nacional de Texas y la mayor parte de sus miembros eran originarios de aquel estado). En 2010 el 442 y todos los soldados de origen japonés que sirvieron en el ejército durante la guerra recibieron la Medalla de Oro del Congreso norteamericano y en 2012, los supervivientes recibieron la Legión de Honor francesa como agradecimiento por sus acciones para la liberación de Francia.
No obstante, cuando volvieron a sus hogares, los veteranos del 442 se encontraron los mismos prejuicios y el mismo rechazo que habían dejado atrás. Los ciudadanos recluidos en los campos de internamiento habían comenzado a ser liberados a principios de 1945, y la mayoría de los campos habían sido clausurados antes de que terminara el año (con la excepción del campo de Tule Lake, donde estaban confinados aquellos que habían pedido ser repatriados a Japón, que no se clausuró hasta marzo del 46). Al ser liberados recibían 25 $ por persona y un billete de tren, pero pocos consiguieron recuperar los bienes de los que habían sido despojados. El gobierno norteamericano devolvió apenas una décima parte de lo que había incautado, y muchos de los que recuperaron algo de lo que habían perdido lo hicieron tras años de disputas legales. El gobierno comenzó a pagar algunas indemnizaciones a partir de 1951, pero no fue hasta 1988 en que el entonces presidente, Ronald Reagan, se disculpó oficialmente por la creación de los campos y ofreció una compensación de 20000 dólares a cada uno de los que habían sido confinados en ellos y seguían con vida.
El sentimiento antijaponés permaneció durante años en amplios estratos de la sociedad estadounidense. Los americanos de origen japonés, incluidos los veteranos del 442, tuvieron que enfrentarse muy a menudo a insultos, desprecios y exclusiones, cuando no a amenazas y agresiones. Un sentimiento que tardaría años en desaparecer. Los veteranos de 442 se involucrarían de manera decidida en la vida social y política norteamericana, sobre todo en Hawai, donde algunos de ellos ocuparon relevantes cargos políticos y gozaron de protagonismo en sucesos importantes de su historia.

Daniel Inouye, veterano del 442 y senador de los EEUU entre 1963 y 2012

Teutoburgo, el cementerio de las legiones

$
0
0

La Galia pasó a ser provincia romana tras la brillante campaña de Julio César (58-51 a. C.), quedando la frontera establecida en el Rin. No obstante, esta frontera nada significaba para las belicosas tribus germánicas de la otra orilla, que frecuentemente la cruzaban en expediciones de saqueo, atacando a romanos y galos por igual. Ya el mismo César había cruzado el Rin en dos ocasiones con sus legiones para darles un escarmiento: en el 58 a. C. derrotó a los suevos acaudillados por Ariovisto, y en el 55 a. C. volvió a pasar a la otra orilla, aunque en esta ocasión los germanos, más prudentes, no presentaron batalla. Aún así, los germanos siguieron con sus incursiones cada cierto tiempo. En el 16 a. C., una coalición de sicambrios, téncteros y usípetes emboscó y derrotó a un ejército romano a las órdenes del gobernador de la Galia Bélgica, Marco Lolio, en una batalla en la que incluso la Legio V Alaudae perdió su estandarte, un suceso tremendamente humillante, no sólo para la legión, sino para toda Roma.

Germania Magna
Harto de los quebraderos de cabeza que aquellas tribus le ocasionaban, el emperador Augusto envió a sus dos hijastros, Tiberio y Druso, a la región. Ambos combatieron a los germanos y llevaron la frontera del imperio hasta el río Elba, creando así una nueva provincia: Germania Magna. No obstante, el control de los romanos sobre aquellos territorios nunca fue completo, ya que los germanos nunca acabaron de aceptar su derrota.
En el año 9 d. C. Augusto envió como gobernador de la provincia a Publio Quintilio Varo. El retrato que nos han dejado de él los historiadores romanos es bastante negativo: codicioso, vanidoso, lento a la hora de tomar decisiones, más amigo de la vida lujosa de palacio que de los cuarteles militares y poco espabilado a la hora de juzgar a las personas. Aunque es posible que los hechos que protagonizó hayan empeorado su imagen a ojos de sus contemporáneos, lo cierto es que su reputación no era buena. Pero tenía experiencia, ya que había sido procónsul en África y legado en Siria (decían de él que "llegó pobre a una provincia rica, y se marchó rico dejando una provincia pobre"). Y además, estaba casado con Vipsania Marcela, hija del general Marco Agripa y sobrina-nieta del propio Augusto.
Varo no era demasiado diplomático; sus intentos de imponer las leyes romanas por la fuerza y sus elevados impuestos no tardaron en granjearle el rechazo de los germanos. Esta incomodidad, unida a su tradicional belicosidad, fue muy bien aprovechada por un hábil caudillo llamado Arminio para preparar un levantamiento contra el poder de Roma.

Arminio (16 a. C.-21 d. C.)
Arminio era un joven príncipe de los queruscos (su padre era un jefe llamado Segimer), una tribu aliada de los romanos y aparentemente leal. Esta alianza había permitido a Arminio criarse y educarse bajo la tutela de los romanos. Conocía su lengua y su cultura, se había entrenado con sus tropas (y por eso le eran familiares las tácticas y rutinas del ejército romano), y en cuanto tuvo edad suficiente se había puesto al frente de un destacamento de auxiliares queruscos con los que había combatido brillantemente contra la sublevación de los ilirios en Dalmacia. Se había ganado la confianza de los romanos hasta tal punto que incluso le fue concedida la ciudadanía romana, un privilegio al alcance de muy pocos entre los aliados de Roma. Más tarde volvió a su tierra natal, a las órdenes del nuevo gobernador. No podemos saber si siempre había tenido en mente rebelarse contra los romanos, o lo decidió descontento por el trato dado a sus compatriotas y viendo la facilidad con la que podría organizar una revuelta, pero lo cierto es que muy pronto comenzó a negociar en secreto con los jefes de algunas de las principales tribus.
Varo tenía en muy alta estima a los queruscos, y también a Arminio, quien se convertiría en uno de sus hombres de confianza, pese a las advertencias de algunos oficiales romanos y de jefes locales, quienes le advertían que no se fiase de aquel joven ambicioso e intrigante. Pero Varo desoyó esos consejos y siguió confiando en él.
Llegó así el invierno del año 9 y Varo se preparó para retornar a sus cuarteles de invierno, en la orilla izquierda del Rin, donde le esperaba el resto de su ejército. Pero Arminio le comunicó que había estallado una gran revuelta en el norte y era necesario acudir de inmediato a sofocarla, antes de que se extendiese a toda la provincia y provocase una insurrección general. Varo no lo dudó y se puso en camino de inmediato al frente de las tres legiones de las que disponía: la XVII, la XVIII y la XIX, junto a la caballería y varias cohortes de tropas auxiliares. En total, unos 20000 hombres.
El avance de los romanos era lento y trabajoso. Los soldados iban cargados con sus armas e impedimenta, y numerosos civiles (familias de los oficiales, esclavos, prostitutas, mercaderes...) acompañaban la marcha, entorpeciendo su avance. Además, Arminio guiaba a los romanos a través de una región agreste, con bosques espesos, caminos escarpados, pantanos... Llevándolos poco a poco hacia el lugar donde estaba preparada la emboscada: el bosque de Teutoburgo.
Llegó un momento en el que los auxiliares germanos, incluidos los guías, abandonaron la formación, dejando solos a los romanos, que se vieron en la obligación de seguir avanzando a través del bosque por un estrecho sendero cruzado por numerosos arroyos. El sendero rodeaba la cara norte de una colina llamada en la actualidad Kalkriese en cuya ladera aguardaban los germanos, escondidos tras una especie de muro o empalizada camuflada con el accidentado terreno y la vegetación. Unos 15 o 20000 guerreros de varias tribus (queruscos, catos, marsos, brúcteros) aguardaban impacientes la hora de caer sobre los desprevenidos romanos.


El primer asalto llegó sin avisar: aprovechando una fuerte tormenta, los germanos hicieron caer sobre las filas romanas gran cantidad de árboles cuyos troncos habían previamente serrado. A continuación, una lluvia de flechas cayó sobre los legionarios, que en medio del caos y la confusión no tuvieron tiempo de formar una defensa cuando los germanos se lanzaron contra ellos. El pesado equipamento y las armas que portaban resultaban un estorbo en esas condiciones, dejándolos en clara desventaja en la lucha cuerpo a cuerpo con los rápidos y feroces germanos, cuyo armamento ligero era mucho más eficaz.
Aunque tuvieron muchas bajas en este primer choque, los disciplinados legionarios romanos no se dejaron derrotar tan fácilmente y buscaron terreno despejado en el que reagruparse. Pero en cuanto volvieron a penetrar en la espesura, de nuevo los germanos cayeron sobre ellos.
La lucha se prolongó a lo largo de al menos tres días. La caballería romana, mandada por Numonio Vala, trató de huir hacia el Rin, pero fue alcanzada y exterminada. Varo, para no caer en manos de sus enemigos, se suicidó. Arminio hizo quemar su cuerpo y envió su cabeza al poderoso caudillo Marbod, rey de los marcómanos, tratando de pactar una alianza con él. Marbod, quien no estaba por la labor de enfrentarse a los romanos, la envió a su vez a Roma, donde fue enterrada en el panteón familiar.
La batalla desembocó en una espantosa matanza. Las tropas romanas, dispersas y desordenadas, fueron presa fácil para los germanos, quienes durante días dieron caza a los supervivientes que huían. Un grupo de legionarios, bajo el mando de un joven oficial llamado Casio Querea, logró alcanzar territorio romano y dar aviso de lo sucedido. En los días siguientes, pequeños grupos de supervivientes fueron llegando a la retaguardia. No hay una estimación exacta de sus bajas, pero se cree que al menos 15000 romanos murieron en ese bosque. Los germanos apenas tomaron prisioneros; la mayoría de los romanos capturados fueron sacrificados en honor a sus dioses, como tenían por costumbre. Las bajas germanas no se pueden calcular, pero sin duda fueron mínimas comparadas con las de los romanos.
La tremenda derrota provocó una enorme consternación en Roma. La clades Variana (la derrota de Varo) causó un gran trastorno al mismo emperador, quien, llevado por la desesperación, llegaba a golpearse contra las paredes gritando Quintili Vare, legiones redde! (¡Quintilio Varo, devuélveme mis legiones!). El suceso provocó que Augusto dejase de confiar en los germanos: prescindió de aquellos que servían en su guardia personal e incluso expulsó de Roma a representantes y embajadores de tribus aliadas. Sin las legiones de Varo para defender la frontera, se temió una invasión masiva de la Galia que al final no se llegó a producir; ebrios con la victoria, los germanos prefirieron retornar a sus aldeas. Para recomponer las defensas fronterizas, se tomaron medidas extraordinarias: nuevas levas, extensión del periodo de servicio en el ejército de 16 a 25 años, e incluso la compra de esclavos que luego eran liberados a condición de que se alistasen.

Julio César Claudiano Germánico (15 a. C. -19 d. C.)
Roma no iba a olvidar tal humillación. En el año 13 d. C. el emperador Augusto envió a Germania a Julio César Germánico, el hijo de Druso, quien pese a su juventud ya había demostrado ser un gran general, al frente de ocho legiones, con órdenes de derrotar a los germanos, localizar el lugar de la batalla y asegurarse de dar un entierro digno a los caídos, y recuperar las águilas de las tres legiones, capturadas como botín por Arminio.
Germánico cruzó el Rin con sus tropas y alcanzó el lugar de la batalla, encontrando el horrendo espectáculo de miles de cadáveres mutilados e insepultos, con numerosas cabezas clavadas en los árboles cercanos y no muy lejos de allí, los altares en los que numerosos prisioneros romanos habían sido sacrificados. El general romano hizo enterrar los restos y rindió un último homenaje a aquellos soldados, y luego partió en busca de Arminio, quien se había convertido en el principal caudillo de la región y se había aliado con Marbod. Pero Arminio evitó el enfrentamiento directo y Germánico decidió, tras varias escaramuzas, regresar a Galia. Para ello dividió a sus tropas: él se embarcó con parte de ellas en el Rin, mientras que el resto, a las órdenes de Aulo Cecina Severo, continuó camino a pie. Esto fue aprovechado por Arminio para atacar a las tropas de Cecina mientras cruzaban una ciénaga. Pudo haber sido otra gran victoria germana, pero la frustró la veteranía y experiencia de las tropas romanas y la precipitación de Inviomero, tío de Arminio, que asaltó demasiado pronto el campamento romano.
Germánico volvió a cruzar el Rin el año 15. Con decisión, acosó a Arminio y a sus aliados, llegando a capturar a su esposa, Thusnelda, que fue enviada a Roma como cautiva (siendo prisionera tuvo a un hijo de Arminio, Tumélico, que fue entrenado como gladiador y murió joven en la arena del circo). Pese a que Arminio trataba de evitar un enfrentamiento en campo abierto, el insistente Germánico acabó forzando la batalla en el poblado de Idistaviso, ya en el año 16, que terminó con una contundente victoria del ejército romano (que perdió apenas 1000 soldados, la mayoría tropas auxiliares, frente a los 15000 muertos que hubo en las filas germanas). Además, los romanos pudieron recuperar los estandartes de dos de las tres legiones exterminadas en Teutoburgo, restaurando al menos en parte el honor de Roma. No obstante, los romanos jamás volvieron a bautizar a ninguna legión con los números de las legiones allí perdidas.
Arminio logró huir con vida, pero su prestigio quedó severamente dañado. Marbod rompió su alianza y le declaró la guerra. Finalmente, en el año 21, Arminio murió asesinado por la familia de su esposa, aliados de Roma. Contaba entonces 37 años.
Germánico permaneció algún tiempo en la región, hasta que Tiberio, ya nombrado emperador, le ordenó que abandonase aquellos parajes, por considerarlos inhóspitos e improductivos, y se retirase a la Galia. Roma sólo conservó en la orilla derecha del Rin algunos puestos avanzados y cabezas de puente, pero, salvo alguna incursión temporal, no volvió a aventurarse en Germania. Es más, décadas más tarde se construyó el llamado Limes Germanicus, una serie de murallas y fortalezas para evitar nuevas invasiones.

Hermannsdenkmal (monumento en honor a Arminio), erigido cerca de Teutoburgo en 1875
La figura de Arminio fue recuperada en el siglo XIX y convertida por el nacionalismo alemán en un símbolo de la lucha de los nobles y valerosos germanos contra los pérfidos y sibilinos enemigos del sur de Europa. Incluso germanizaron su nombre llamándolo "Hermann".
En 1987 un arqueólogo aficionado halló en Kalkriese un gran número de monedas romanas, así como varias bolas de plomo de las que utilizaban los honderos romanos como proyectiles. Excavaciones posteriores demostraron que aquel era sin duda el lugar donde se había producido la batalla, sacando a la luz una ingente cantidad de restos: no sólo armas, también todo tipo de objetos romanos de uso cotidiano. Todos estos hallazgos se exponen en un museo construido ex-profeso en las proximidades: el Museum und Park Kalkriese: http://www.kalkriese-varusschlacht.de/
Viewing all 864 articles
Browse latest View live